martes, 22 de abril de 2014

Diagnóstico - José Luis Alvite

Diagnóstico - José Luis Alvite 

Una madrugada en el Savoy me dijo Lorraine Webster: «Raras veces me verás sin un cigarillo entre los dedos. Supongo que ésa es la razón por la que me hago la manicura en el estanco». Con el humeante ademán de su mano derecha, la equívoca diosa del Savoy parecía una mujer recién disparada. Tenía en su porte el escabroso aliciente de alguien que se aliviase el sofocante calor abanicándose con una compresa usada. La primera vez que nos citamos en el callejón a espaldas del club había una niebla tan densa que el humo de su cigarrillo era un autógrafo en un charco de tinta. La conocí por la cadencia de sus pasos, aquel soniquete inconfundible de Lorraine, la clase de mujer al cabo de cuyos pasos entre el humo te preguntabas dónde diablos habrían ido a parar los casquillos. Nos besamos allí mismo. No dije nada, pero me sentí como si aquella mujer fuese a contagiarme un pecado, una extorsión o las señas del perista. Entonces ella me dijo: «Apestamos a tabaco, cielo. Pero a los tipos como nosotros el tiempo nos enseña que lo que verdaderamente dura de un beso no es el dentífrico sino el mal sabor de boca. Saber estas cosas nos ahorrará desengaños». Y tenía razón. Ambos sabíamos que lo sólido de muchas frases no es su sintaxis, ni su ocurrencia, sino su halitosis. En las postrimerías de su voz, Lorraine cantaba como si la hubiesen amordazado con un sonajero. Hizo un intento de ponerle remedio en el hospital. Desistió. El otorrino le dijo que en una voz tan estropeada, gastarse un dólar era como guardar el dinero en una hoguera. De regreso en el Savoy aquella madrugada, me dijo Lorraine: «Renuncio a la claridad de mi voz. A fin de cuentas, lo mío es cantar, no leer noticias». Y el público siguió aplaudiendo a rabiar la malversada voz de aquella mujer en cuya garganta había espacios sin sonido. Por sobrecogedor que parezca, Lorraine le debe al tabaco haber alcanzado el sincero refinamiento de una voz que lo que se merece no es una crítica sino un diagnóstico».




martes, 15 de abril de 2014

Blues de la monja y el ingeniero de caminos - José Luis Alvite


Blues de la monja y el ingeniero de caminos - José Luis Alvite

Incluso en las circunstancias mas adversas, le cabe al ser humano la posibilidad de darle a su vida un giro brillante e inesperado que mejore la apariencia de las cosas. Un tipo me contó de madrugada que su mujer llevaba años engañándole con un amigo común. Al principio trató de remediarlo y se sinceró con ella. Le dio la opción de olvidar el asunto, romper unas cuantas cartas, devolver por correo las llaves de un apartamento y regresar sin represalias al redil. Fue inútil. Ella se mantuvo en sus trece. Entonces el marido optó por darle un giro surrealista a la fatalidad. Una noche se hizo el encontradizo con el amante de su esposa y sin mostrar el más mínimo rencor, le dijo: "¿Sabes que mi mujer te pone los cuernos conmigo?". De lo que se trata es de relativizar los fracasos y de aceptar que las cosas nos ocurren sobrevenidas por el peso muerto de la fatalidad. Nos irá mejor si le aplicamos al análisis de nuestras vidas los criterios aplastantes, mecánicos y racionalistas con los que los matemáticos resuelven en la pizarra, como una pagoda de tiza, sus castillos algebraicos. De niños creíamos que la vocación religiosa era algo que nos inculcaba Dios y que poseídos por el ensalmo de aquella apuesta divina, estábamos llamados al obispado, al cardenalato, y quien sabe si al solio pontificio. Nos dijeron entonces que la santidad era una cosa que te daba de niño, como las paperas, y podía marcarte de por vida. ¡Pamplinas! Al relativizar tu pasado recuerdas el caso de aquellas dos hermanas cuyos caminos se separaron para dar en paraderos tan distintos. En M., que era la fecha de las dos, se fijó Dios y le arrastró a la atmósfera ensimismada del noviciado. En cambio, en su hermana E., que era tan guapa, se fijó un ingeniero de caminos. Me dijo de madrugada mi amigo el ex boxeador: "Muchacho, de niño acaricié el sueño del sacerdocio. Luego eché metro y medio de espaldas y me engordaron tanto las manos que tuve que hacerle bolsillos nuevos a la ropa. Acabé partiéndome la cara encima de un ring. El destino es raras veces correlativo con los sueños. De haberme dejado llevar por mi equivocada vocación sacerdotal, con mi cuerpo sólo podría haberme colocado de capellán en la Mafia siciliana". Eso dijo mi viejo amigo y creo que no le faltaba razón. Su vida fue un derroche de mala suerte. A veces incluso su perro fingía no conocerle. Cayó en bancarrota, y en lo mas bajo de su caída, maldita sea, a mi viejo y querido amigo ya sólo le quedaban de su propiedad las jodidas pupilas azules escondidas bajo las plantas de los pies. Hay tipos que es como si hubiesen nacido con la cara dentro del culo. Pero sobreviven porque saben que en el fondo, a menudo la vida consiste en acertar con los errores...

lunes, 14 de abril de 2014

Perdedores - José Luis Alvite

Perdedores - José Luis Alvite



Está de moda ser perdedor. Hay música de perdedores, literatura de perdedores, cine de perdedores, incluso hay perdedores de éxito. Porque en el fondo la aspiración del perdedor es el éxito, con lo cual lo que alcanzó con el tiempo y el reconocimiento público es el fracaso, que no deja de ser una interesante manera de perder. A John Wayne, aquel facha de «Boinas verdes», el tiempo le lavó la imagen. Ahora se le considera un perdedor. El viejo Duque nunca cambió de forma de pensar, se le echó encima un cáncer de pulmón y siguió haciendo cine y eso es lo que gusta de los perdedores: que sepan salir adelante mascando juntos el tabaco y el cáncer de pulmón. Además, el perdedor genuino es un ser sin aspiraciones políticas, un tipo de paso, un ser transeúnte e introspectivo que se pasa la vida en trenes y autobuses, en bares de carretera, bajo el sol y bajo la lluvia, a la intemperie literal y psicológica, dispuesto únicamente a echar raíces en un resbalón. Almunia no es un perdedor porque el perdedor que se lleva no es el que sale derrotado de las urnas sino el que perdió la familia, el empleo, la salud y la esperanza. En cuanto a Emilio Botín, podía perder una asamblea de accionistas, pero eso no le mete en el «country», como a Waylon Jennings o Johnny Cash, sino en la sala de retratos del banco. No se puede ser perdedor con chófer. Al perdedor se le nota en las canciones, como a Sabina y a Serrano; pero también en las heces, como a Poe, que acabó echando el cerebro por el culo. Sabina y Serrano no son cantautores sociales sino cronistas de la desolación humana, que no es pariente de la soledad política sino de la soledad emocional. Marcelino Camacho fue perdedor ideológico, pero su tabla de salvación era «Mundo Obrero», mientras que la tabla de salvación de Joaquín y de Ismael en el mejor de los casos sería «La Farola». 

domingo, 13 de abril de 2014

Piano de cola - José Luis Alvite

Piano de cola - José Luis Alvite


Cada vez que se incorpora al Savoy una corista nueva, Ernie le ofrece una sencilla recepción, la invita a cenar a su mesa y le hace unas cuantas precisiones. Se trata de puntualizar la filosofía del trabajo. Les dice: «No cometas el error de querer dejar tu huella desde el primer día. A los tipos que vienen por aquí lo que les interesa de tu pie no es la huella, nena, sino el zapato. Y en cuanto a tu aspecto, métete en la cabeza que no estás aquí para vender Biblias sino para impresionar al público. Te quiero decir que conserves tus lunares, si los tienes, y no te obsesiones con el dermatólogo. Pertenecemos a un mundo en el que un lunar todavía no es una patología». A muchos les parecerá un criterio machista pero las cosas hay que verlas en su ambiente natural. Al público del Savoy lo que le interesa de las coristas no es su cociente intelectual sino la carnalidad de su peinado. A veces las coristas tienen un momento de ternura y de ensimismamiento y les da por escribir. La pobre Terry Shelton lo hacía a menudo aprovechando los descansos. Ernie Loquasto se quedaba mirándola y me decía: «En esto precisamente consiste la magia de la carnalidad y del espectáculo». Ernie se refería al instante en el que, en el punto más hondo de su abstracción, la pobre Terry subrayaba su Biblia con el lápiz de labios. Esa mezcla de pensamiento y perfidia surge a menudo en las literarias mujeres de Jardiel, que nos retrata a sus venéreas hembras envueltas en un halo de obstetricia y heliotropo. Y así era también aquella Polina Suslova que arrastró a Dostoievski por los casinos de Europa llenándolo del inefable gozo de la flaqueza. Muchos grandes hombres sucumbieron encantados a esa extraña pócima tan femenina que se fabrica mezclando adecuadamente la poesía y la mercería, la felación y el Ave María. Chopin disfrutó con la misma angustia. Un piano no está completo si en su cola no se pudre el alma de una mujer capciosa, una de esas sofisticadas mujeres a las que el palco de la ópera les sienta como un biombo. 

viernes, 4 de abril de 2014

Buganvilla en la oscuridad - José Luis Alvite

Buganvilla en la oscuridad - José Luis Alvite
Como en cualquier lugar que fuese real, también en el territorio Facebook puede uno vagar sin rumbo mientras mira las lucecitas verdes del chat, como si fuesen el resplandor de las ventanas urbanas en las que al avanzar la madrugada va amainando la luz hasta que sólo quedan prendidas las lámparas de alguien que está enfermo y vela su fiebre, la tulipa del tipo solitario que rastrea una posible e improbable amistad verdadera, o la luz tiffany que alumbra apenas sobre el teclado del ordenador la mano de la mujer que aún confía en la presencia virtual del tipo hosco y transeúnte, pero fiable, que le ayude a cambiar de vida aunque sólo sea para saltarse de vez en cuando a la torera la semanal rutina de las legumbres. Frecuento Facebook por la noche y me he dado cuenta de que proliferan la soledad, el cansancio y la franqueza. A veces elijo a alguien al azar y suelto en el cursor el anzuelo de una pequeña frase para llamar la atención, como quien a merced de las olas lanza el autógrafo fluorescente de una bengala en medio de la noche con la esperanza de que su resplandor les abra al menos los ojos a los peces.
A veces la buganvilla de la bengala se malogra en el aire hasta esfumarse en la oscuridad, pero esta noche la luz casi astral de la bengala le ha abierto los ojos a una mujer que escribe en la ventanita del chat sin ocultar ni su escepticismo, ni su cansancio: «¿Es a mí? ¿Y tú quién eres? Es tarde. No creí que hubiese nadie vivo a estas horas. Estoy algo cansada. Si dijese algo, posiblemente sería sincera y te reirías de mí». Dudé unos segundos y afronté la situación: «Pasaba por aquí y he visto luz en tu ventana. ¿Sabes, amiga?, en medio de una noche tan oscura cualquier luz en la ventana es como un ruido amarillo hecho por el polen de la electricidad al gotear del pincel sobre un cuadro de Hopper». Cliqué, ella lo leyó y al rato tuve su respuesta: «No sé muy bien qué me quieres decir pero me gusta. Suena bien. No sé quién eres pero aunque fueses mala gente puedo decirte que al acercarte me has sonado como las pisadas de un santo».
Prendí un cigarrillo y traté de explicarme: «Celebro haberte encontrado. Tampoco yo sé quién eres. Es tarde y quedan sólo unas pocas luces encendidas en el chat. He clicado al azar y has salido tú. No pretendo nada. Sólo quería asegurarme de que estabas viva. La muerte no da olor en Facebook». Esperé un par de minutos mientras veía el símbolo de la escritura en el renglón inferior. Por fin saltó la banda azul con el numerito rojo. Allí estaba la respuesta: «Gracias por preocuparte. He mirado en tu perfil y sé quién eres. Celebro que no te hayas suicidado. Si lo pasas mal, dile a tu luz que busque a la mía. También yo soy un ser solitario. Y si estoy aquí es porque en Facebook incluso la muerte necesita bengalas para anunciarse»… (A Isa Cava Macías, porque se lo merece).

jueves, 3 de abril de 2014

Una historia sobre "perro de leña" - José Luis Alvite

Una historia sobre "perro de leña" - José Luis Alvite

Jose Luis Rey-alvite 04 de junio de 2010
Querida Ana: Te he dedicado mi columna de mañana en La Razón. Espero que no te moleste Un beso.

Jose Luis Rey-alvite 06 de junio de 2010
Como no me consta que hayas leído el texto dedicado a ti en mi columna de La Razón, me preocupa la posibilidad de que te encuentres indispuesta. Sabes que todo lo que te concierte me interesa, de modo que necesito saber con urgencia algo de ti. Un beso. José Luís Alvite

Ana Serrano 07 de junio de 2010
No, ya no es que me emocione, es que estoy a lágrima viva. Te preocupa que me pase algo. Y, en ese precioso artículo (en el último y lírico párrafo es donde me he puesto a llorar), dices que "Ana Serrano nunca sabrá lo importante que ha sido y sigue siendo para mí." Y que "yo sé que jamás pierde de vista mis huellas y está pendiente de que mis pasos no pierdan el rumbo si por lo que sea les vence de repente el sueño." Jamás las perderé de vista y voy pisando sobre ellas. No quiero que tus pasos pierdan el rumbo por tremendo egoísmo. Hace ocho años que te leo, que un dulce gallego pequeñito, que hacía segundo de periodismo y que entraba en mi foro, colgó un artículo tuyo y me dijo que me fijara porque eras el mejor escritor vivo. Y me fijé y me deslumbré, pero es que, además, desde ese día, el que no sabe lo importante que ha sido para mí eres tú.

Yo me estaba, literalmente, muriendo. Llevaba dos años de terapia que solo sirvió para que no saltara hacia esa acera que, desde un sexto piso, a veces, puede resultar tan atractiva, pero me estaba muriendo y, de pronto, además de la belleza de lo que escribías, de lo que decías y de cómo lo decías (jamás nadie ha dicho nada de modo tan hermoso como dices tú hasta lo cotidiano), sentí esa cosa extraña de que, a seiscientos kilómetros alguien, a quien jamás había visto, una voz que no era mía y que venía de otros sentimientos y desde otro lugar, hablaba dentro de mí y por mí. Y que, desde un intenso dolor, se podía escribir y se podía vivir. No sé quién de los dos tiene esa deuda afectiva que dices, pero seguiré pisando sobre tus huellas porque el camino es mucho más fácil así y cenaremos con velas y con bruma, en tu tierra, que fue mía tres años o en la mía o, como ha escrito tu sobrino en mi foro: "Querida Anacrusa, creo que hoy cenas en el Savoy de la Razón con Alvite...", pues eso, en el Savoy de La Razón.