jueves, 28 de mayo de 2015

La autenticidad del otro - José Luis Alvite

La autenticidad del otro - José Luis Alvite

A las seis de la madrugada es un asco ser decente. La "jet" del crimen habla un idioma distinto del que uno conoce por el día. La pasión y el autor se demuestran a bocados. Te apuñalan hasta por amor. Es de buen tono conocer tres maneras distintas de asesinar a alguien sin dejar huellas. Los jugadores del futbolín del bar de "Tita" sueltan trallazos bajo una luz tan disipada que a veces me parece estar presenciando una alucinante partida en las neveras del Clínico.
Le tengo mucha fe al compañero Alfredo Conde. Me dice que su entereza política le ha puesto muy lejos de los actos sociales y que ya casi nadie le invita a canapés. Pero se mantiene con su dignidad diurna y sobrevive a esa otra «jet» que en el fondo comete crímenes de lesa hipocresía y de deleznable vanidad. Me he apostado con Alfredo un intercambio de cruceros. Un día me llevará a sus territorios sociales y una noche vendrá conmigo a los sumideros de la mierda. Aprenderemos ambos lo dura que es la autenticidad del otro. Alfredo se juega cuchilladas editoriales. Yo le echo vaselina a la piel para que me resbalen los navajazos del hampa. Creo que Alfredo y yo deberíamos ir por la vida en un condón. De mi última noche en el arroyo he vuelto con algunos cortes en un brazo. A la discreta gente del día le he explicado que me corté en la manicura. A mi colega Alfredo Conde habré de reconocerle que de noche me alcanzan las mismas insidias que le hieren a él de día. Si la envidia es la memoria de los tipos del día. la memoria de los tipos de la noche es el rencor. A Conde le acechan tipos que hacen sus obras completas con dos folios y una grapa. A uno le esperan en los futbolines los tipos que recorren la ciudad de madrugada con las espaldas contra las paredes. En ambos casos, mi colega y yo sabemos que para estas heridas no hay más sanatorio que la propia dignidad. Y mientras tomamos café, nos enseñamos las cicatrices sin entusiasmo, persuadidos de que la mala conciencia no pertenece a las heridas sino a las armas.Y salimos a la calle temerosos de que alguien de un abrazo nos deje tirados en el suelo...