miércoles, 3 de junio de 2015

La bonita - José Luis Alvite

La bonita - José Luis Alvite

Seguía teniendo unos inmensos ojos que hacían casi inexistente la presencia de la pupila, algo más cansados de mirar y de ver, y siempre subrayados por el negro de su lápiz, compañero de siempre y único atisbo de maquillaje en su rostro. Por las mañanas, agua y jabón, la línea continua de su mirada y el día comenzaba.

“La Bonita” tenía el desparpajo propio de una mujer del sur y una cautivadora palabrería que no sólo conocía de sus mayores, sino que no dudaba en utilizarla. Era desconfiada e inocente a la vez. También era madre de tres niños. Y viuda. Se casó hace muchos años sin más papel que la prueba de un pañuelo ensangrentado y fue feliz hasta el final. Su marido, su gitano, nunca le puso la mano encima, en contra de lo que dicen por ahí, y sólo estuvo en un lugar equivocado a una mala hora y no se pudo hacer más.

Ella sola sacaba ahora a sus niños para adelante, no faltaban a la escuela y nunca hubo nadie que le pusiera la cara colorada porque sus niños fueran sucios, sin las tareas hechas o sin el material. La escasez y las lágrimas sus hijos no la verían, eso sería por encima de su cadáver, me contaba, pero tampoco le daba alas a las locuras que tienen otros chiquillos.

Ella vendía en el puesto de una prima, y algo se llevaba, y el resto era de “arreglitos” que hacía por ahí, no le pregunté y ella se sonrió, “no es de droga, te lo juro, que ví caer a muchos y supe de donde venía lo malo, por bien que se estuviera un tiempo, que no les faltaba de ná, el final era el que era y además -se encogió de hombros- ahora está la cosa mu vigilá”

Yo sabía que su palabra estaba escrita a fuego en un bloque de hielo, porque liarme sabía hacerlo, o lo intentaba, pero la verdad es que pasaba tabaco de contrabando, “destraperlo” y en los tiempo que corren hasta podía entender, justificar y aceptar algo tan inocente como dos cartones de tabaco a la semana.

Se bebió su café, en vaso, negro con mucha azúcar y se puso de pie, “paga tú y otro día te convío yo, voy a hacer unos mandaos y voy a tirar pa la casa, los niños habrán terminado ya los deberes”

La paré sujetándole levemente de la mano, “¿te hace falta algo Bonita?” Suspiró y me dijo, “son tantas cosas las que me hacen falta que si empiezo no termino, pero mientras no me falten dos manos para trabajar y un trabajito que hacer y mis niños tengan salú…gracias morena, yo se que puedo contar contigo y aunque no te lo creas, estos cafelitos me saben a gloria y me dan la vida, así me aireo, no es orgullo, sabes que si le hiciera falta a mis niños pediría hasta en la puerta de la Iglesia, aunque allí no va mucha gente ya…” Sonreía.

Y yo me quedé allí mirando como se iba y como los hombres se volvían a mirarla al verla pasar y ella, entre distraída y coqueta salía canturreando del bar ya lejos de donde estaban sus pies.