jueves, 31 de julio de 2014

Mujeres - Jose Luis Alvite

Mujeres - Jose Luis Alvite

Cosas que alguna vez les escuché decir a las mujeres con las que, por lo que fuera, tuve algo que ver:
– "Ahora que soy mayor, me doy cuenta de que cuando era joven los hombres que de verdad valían la pena eran aquellos a los que ignoré porque según mis amigas no me convenían".

– "A los diez años de casada recordé que mucho tiempo antes mi madre me había dicho que meterte demasiado tiempo con el mismo hombre en cama es la peor manera de despertar de un sueño".
–"No importa que el hombre al que te unas sea un desconocido. De todos modos, con el tiempo no hay un solo hombre que no se convierta en un extraño".

–"Estoy segura de que jamás tuve un orgasmo con mi pareja. ¿Acaso crees que no despertaría si lo hubiese tenido?"
– "Los hombres nos dicen que nos aman por cualquier pequeño detalle que vieron en nosotras. Por lo general se refieren al pequeño detalle sobre el que tenemos la costumbre de sentarnos".

–"No nos llamemos a engaño. En la relación matrimonial lo más divertido es ser la otra".
–"Lo malo de que un hombre te prometa amor eterno es que tengas la desgracia de que sea cierto". – "Dejó de interesarme mi marido porque siempre tenía un motivo por el que llegar tarde a casa. Entonces me eché un amante y se enteró. Ahora detesto a mi a marido porque siempre tiene una disculpa para volver temprano a casa".
– "Puede que no lo creas, pero mi marido llevaba una vida tan desordenada que una noche en un bar me lo presentó su amante cuando ya llevábamos ocho años casados".
– "Cada vez que un hombre dice que te está mirando a los ojos te entra la duda razonable de que tengas los ojos tan abajo".
–"En cama, lo único interesante que aprendí con el soso de mi marido fue a cruzar las piernas".
– "Desengáñate, hija. Solo hay dos clases de hombres: los infieles y las mujeres mayores de cincuenta años".
– "Por desgracia, los hombres que te causan el dolor de arruinar tu vida suelen ser los mismos que alguna vez te hicieron feliz al deshacer tu cama".
–"Se diga lo que se diga, el hombre que tarda en salir de casa es siempre menos interesante que el que tarda en volver".

martes, 29 de julio de 2014

Gente despoblada - José Luis Alvite


Gente despoblada - José Luis Alvite


Por propia decisión, porque la sociedad se ha vuelto insolidaria o porque les fueron mal las cosas, cada vez hay más personas que viven solas. No hay más que echar un vistazo a los buzones del portal para comprender hasta qué punto es cierta tanta soledad. Un viejo delincuente compostelano me contó en una ocasión que había decidido no entrar a robar en los pisos en los que vivía gente solitaria porque después de desvalijar la vivienda le entraba pena por la situación del inquilino y se veía en el deber moral de darle conversación a su víctima. Aquel tipo era un reputado criminal, un tipo frío acostumbrado a resolver sin miramientos, pero se dio cuenta de que para sus víctimas se había convertido en una visita incómoda pero hasta cierto punto agradable. «Hay gente que está tan sola –me dijo– que te juro que he llegado a un momento en mi carrera delictiva en el que cometo los delitos casi por un inesperado sentido de la misericordia. Hay gente dispuesta a ofrecerte cuanto tiene con tal de asegurarse de que volverás a su casa aunque sólo sea porque sabe que le darás conversación mientras le robas». Aquel hombre era un tipo duro, ya te digo, pero pasó muy malos tragos por culpa de entrar donde no tendría que haber entrado. En una ocasión decidió subir a robar en un piso porque era enero y no soportaba el frío huesudo de la calle. No pretendía otra cosa que abrigarse un rato y aprovechar para sustraer cualquier minucia que encontrase a mano. Así me lo contó él: «Al fondo del pasillo escuché toses al otro lado de una puerta y entré. Vi a una anciana muy delgada metida en cama. Había enfermado y llevaba tres días sin comer. Toqué su frente. Estaba tan fría que pensé que lo peor que podría ocurrirle sería que con la muerte entrase en calor. Entonces te juro que me dije a mí mismo que lo que los suyos le habían hecho era sin duda peor que lo que yo pudiese hacerle. La vieja me confesó que había algo de dinero en un cajón de la cómoda. Y, joder, amigo, aquella pobre vieja me dijo: «Llévate ese dinero, hijo. Te lo has ganado por venir a verme. Es una suerte que hayas entrado a robar. Y no tengas mala conciencia. Date prisa y vuelve a la calle o te acatarrarás». Entonces aquel tipo retiró el dinero del cajón de la cómoda, desanduvo el pasillo y se largó con la sensación de que se cruzaría escaleras abajo con los gusanos por los que esperaba impaciente aquel flaco cadáver despoblado.

martes, 8 de julio de 2014

Una boca entre las piernas - Jose Luis Alvite

Una boca entre las piernas - Jose Luis Alvite
Si se habitúa a convivir con ellos, un hombre desvelado por los horrores de su biografía puede dominar sus remordimientos y conciliar tranquilamente el sueño. No hay en la sabiduría humana una sola enseñanza que no tenga su origen en el aprovechamiento moral de un error. Cuando la muerte es el resultado de una decisión legal, el verdugo no se inmuta al trinchar el pollo del almuerzo con la misma mano con la que horas antes ejecutó al reo. Me dijo de madrugada una fulana en un antro: "Si pienso en la educación religiosa que me dieron mis padres, mi oficio es una inmoralidad, pero cada vez que mis hijos se llevan algo de comida a la boca, entonces, amigo mío, entonces me quedo tranquila porque sé que lo que hago es un esfuerzo laboral. Con esto te quiero decir, cariño, que si yo no ejerciese de puta por culpa de mi conciencia, mis hijos no dormirían por culpa del hambre". Estaba claro que por razones de subsistencia, para ella la moral era la taquilla. Pensé ayer en esto mientras miraba al otro lado de la ventana el revoloteo de una gaviota venida tierra adentro desde el mar. Estaba lejos de su territorio, buscando comida en un lugar sin olas, en un paisaje sin pesca ni salitre que le era ajeno. Si la gaviota fuese culta y conociese al pie de la letra sus hábitos, no se habría alejado del mar. Pero la gaviota era iletrada, tenía hambre y seguramente remontó desde Arousa el curso del río Ulla, se plantó sobre Compostela y su instinto de supervivencia le aconsejó apostarse cerca de donde los chiquillos comen sus pasteles en las puertas de las panaderías. Yo pensé que si la gaviota había cambiado su teatro de operaciones sería porque su instinto es su cultura; y sobre todo, porque las gaviotas saben de si mismas más que los ornitólogos, del mismo modo que el caballo entiende de equitación más que su jinete, que a fin de cuentas llega a la meta gracias a la suerte de no caerse. En mi caso personal, mi afición a los clubes de alterne me planteó al principio serios problemas de conciencia, aunque he de reconocer que no tardé en darme cuenta de que mi conciencia daba más de si que mi dinero. Desde luego es más fácil acostumbrarse a los remordimientos que a la ceguera, así que a los pocos meses decidí mezclar el trabajo con el vicio y escribir sobre temas relacionados con aquel relativo mugre moral. No tardé en darme cuenta de que la bajeza moral solo se percibe desde determinados puntos de vista y que puestos en otro ángulo de observación no hay una sola decisión humana que aun siendo asquerosa no pueda resultar razonable. Aquel mundo era ahora mi lugar de trabajo, el sitio en el que me ganaba el sueldo, y mi conciencia podía admitir sin reparo alguno que lo que hacían aquellas mujeres era amasar saliva, semen y dinero para hacer pan. Puede que el ginecólogo viese entre las piernas de aquellas mujeres la umbría tronera de sus vaginas, pero, ¡demonios!, a mi la experiencia me demostró que teniendo en cuenta que ejercían su oficio para mantener a sus familias, el otorrino del ambiente lo que habría visto asomando a voces entre sus piernas sería sin duda la boca hambrienta de un niño. Y en mi caso fue aun más fácil. Me había metido en aquel submundo en mis primeros momentos como periodista, estaba empezando en el oficio y quería aprender. No niego que al principio aquello me pareció una inmoralidad y un vicio. Pero a medida que fui adquiriendo conocimientos, mi conciencia me permitió tener la certeza de que aquello que parecía una bajeza, una inmoralidad o un crimen, en realidad solo era una asignatura.