martes, 30 de diciembre de 2014

Citas de Alvite

Citas de Alvite
Última edición hace 3 meses por Manolo mt
José Luis Alvite
Vigilar esta página
José Luis Alvite (n. Santiago de Compostela, 1949) es un periodista y escritor español. Anteriormente empleado de banca, ha escrito en los periódicos 'Diario 16', 'La Razón', 'Faro de Vigo' y 'La Opinión de A Coruña'. También colabora en el programa de radio 'Herrera en la Onda' de la emisora 'Onda Cero'.

CitasEditar

Detesto cualquier ejercicio físico cuya última consecuencia no sea el orgasmo.
(Gente bajo par)
Soy un intruso en mi propia biografía.
(El intruso)
No hice nada por la vida ni haré tampoco ningún esfuerzo por la muerte.
(El intruso)
El fracaso es el único sitio en el que puedes sentirte seguro. Nadie intenta quitarte el último puesto.
(Historias del Savoy)
El amor es algo muy resistente; se necesitan dos personas para acabar con él.
(Historias del Savoy)
Yo creo que el amor es algo complejo que empieza cuando conoces a alguien cuyo cuerpo parece que llevase años preguntando por el tuyo.
(Historias del Savoy)
Lo mejor de mi currículum es la grapa.
(Historias del Savoy)
El amor eterno es aquel cuyo fracaso se recuerda siempre.
(Historias del Savoy)
Lo que me interesa de una mujer es lo que ignoro de ella.
(Historias del Savoy)
El matrimonio reduce el tamaño de las cosas y lo envejece todo.
(Historias del Savoy)
El amor fracasa con el conocimiento.
(Historias del Savoy)
No hay peor enfermedad que la obsesión por la salud.
(Historias del Savoy)
Hay quien sobrevive casado, sobre todo si acepta que en una relación de pareja lo inteligente es ser el del medio.
(Historias del Savoy)
La sinceridad consiste en contar siempre la misma mentira.
(Historias del Savoy)
La televisión es una cosa que sólo vale la pena encender durante los apagones.
(Historias del Savoy)
A veces la vida pone en tu camino una mujer fascinante, muchacho, y entonces sabes que la echarás de menos porque las mujeres fascinantes están de paso.
(Historias del Savoy)
Eres un personaje, nena, y los personajes no se merecen un reproche sino una crítica literaria.
(Historias del Savoy)
Mi vida se ha regido por los impulsos, no por el álgebra.
(Una vida por los pelos)
He sido para las mujeres tan tenaz como lo son otros hombres para coleccionar sellos. En realidad, el sexo y la filatelia solo son maneras distintas de usar la lengua. ¡Qué importa cuántas mujeres haya habido en mi vida! No soy coleccionista. A veces me enamoro y otras simplemente me encapricho.
(Una vida por los pelos)
El desprecio del talento suele considerarse en ocasiones una conquista moral de la gente corriente.
(Desayuno con cuervos)
Es cierto que si me gustan tanto los lugares a los que cuesta llegar, es porque también es luego difícil salir de ellos.
(Una carrera en las medias)
La insensatez me ha dejado casi siempre mejores sensaciones que el sentido común.
(Gárgaras de orina)
A veces demoler un edificio requiere más inteligencia que la empleada en su construcción.
(Gárgaras de orina)
La gente que cuenta el tiempo por las flores no encaja bien con aquella otra que lo mide por el reloj.
(Pan con lápiz)
También yo concibo la vida con esa aparente resignación de quien sabe que el lugar en el que se encuentre en cada instante es exactamente el sitio al que tendría que haber ido. Se trata de establecer la meta justo donde te pueda el cansancio, ni un poco antes, ni un metro más allá...
(Pan con lápiz)
A veces creo que mi mala reputación ha salvado mi prestigio.
(Camisa desplanchada)
Wikiquote ™ teléfono móvil‌Escritorio
El contenido está disponible bajo la licencia CC BY-SA 3.0, salvo que se indique lo contrario.
Términos de usoPrivacidad

martes, 23 de diciembre de 2014

Desayuno con cuervos - José Luis Alvite

Desayuno con cuervos - José Luis Alvite

Es relativamente elevado el número de artistas que dedicaron muchos de sus mejores esfuerzos a destruirse como personas y pusieron en ello tanto empeño como el que habían empleado antes en el desarrollo de su obra. Una amiga me pide opinión sobre los motivos por los que creo que alguien que ha tenido una vida artística exitosa decide autodestruirse hasta el punto de terminar incluso con su vida. Muchas veces me hice esa pregunta y jamás supe darme una respuesta que yo mismo, aunque solo sea por conveniencia, encuentre convincente. 
Como uno es muy libre de especular, se me ocurre que algunos artistas consideran que ya no pueden expresar más ideas por el camino del Arte, creen que sus vidas carecen entonces de sentido y deciden que lo mejor es echar mano de una pistola y desaparecer después de haber firmado el cadáver con su propia sangre. ¿Un cobarde? Según la idea convencional de la cobardía, lo es. Pero me pregunto si además de soportar la carga emocional de un talento a menudo convulso, el artista está obligado también a ser un valiente. ¿No es acaso cierto que el equilibrio de su obra lo consigue a menudo el artista gracias a llevar una existencia vacilante, desarraigada, ajena al modelo social en el que se desenvuelve? ¿Será tal vez que el Arte es la sublimación de una patología mental y que el artista se aferra a su talento porque no tuvo suerte cuando quiso aferrarse a los dulces sabores de la vida ordinaria? ¿Y si resulta que la genialidad es solo la consecuencia patológica e incontrolada de no haber sido capaz de ser un feliz hombre corriente? ¿Puede ser el talento artístico una perversión lúcida del desencanto, acaso una brillante e incontrolable malformación de la inteligencia?
Aunque no conozco en profundidad la vida de los grandes artistas, intuyo que muchos de ellos recurrieron al Arte porque no supieron que otra cosa podrían hacer con su talento. Ni siquiera los numerosos psiquiatras que estudiaron su caso se ponen de acuerdo al explicar la compleja personalidad de Vincent Van Gogh, de quien algunos nos saben si hacer un comentario crítico que analice su obra o emitir un diagnóstico médico que la justifique. El pintor holandés fue un tipo tenaz para perseverar en el desarrollo de una obra que por su abundancia puede considerarse incluso obsesiva. En cambio, carecía de paciencia para afrontar los fracasos de su vida cotidiana y, sobre todo, para sobreponerse con cierta dignidad el fiasco permanente de su vida sentimental. De hecho retrató con cariño a unas cuantas mujeres a las que probablemente en un decepcionado arranque de furia habría preferido decapitar. A Van Gogh le dolía mucho que ellas no se parasen a conocerle y sin embargo su venganza no consistió en despreciarlas, sino en someterlas con sus pinceladas al agradable suplicio de la inmortalidad. El Arte era probablemente su recurso para escupirles a la cara sin que se sintiesen ofendidas. ¿Y de quién era la culpa? Por supuesto, de nadie. Entre las rentas que se derivan del talento no figura necesariamente la plusvalía del amor, así que el ofuscado pintor holandés arrastró con inmenso dolor una existencia llena de insatisfacción y de amargura, sufrió el traumático sinsabor del fracaso con las mujeres y se quitó la vida sin que los psiquiatras sepan muy bien por qué lo hizo, supongo que desolado por su incapacidad emocional para absorber más reveses, tal vez atraído por la certeza de que la muerte era el único lugar en el que podría pasar a gusto el resto de su vida, quien sabe si porque al final se dio cuenta de que la incapacidad para granjearse en vida el amor de alguien se compensa a veces con la oportunidad de conseguir su compasión con motivo de que la chica de sus sueños sepa que aquel tipo errático e incomprendido se pegó un tiro pensando heroicamente en que ella tuviese un motivo público y notorio por el que ponerse en misa el elegante tafetán de su vestido negro. 
Superado el impacto de la noticia del suicidio de Vincent, la gente de su vecindad habrá hecho sin duda todo tipo de comentarios perversos sobre su vida. El desprecio del talento suele considerarse en ocasiones una conquista moral de la gente corriente. A veces lo único que cuenta tras la muerte del artista es que el tabernero se haya resarcido a tiempo de sus pufos. Pero así es la vida de tantos artistas que fueron sublimes en su obra y profundamente desdichados en su vida. ¿Por qué se autodestruyen? ¿Es el suicidio un recurso del artista para salpicar con su sangre la conciencia de quienes en vida le castigaron con su indiferencia? Yo no lo sé, claro. Tampoco es que tenga muchos datos. En un intento especulativo de indagar en la mente de Vincent Van Gogh, yo diría que mi admirado pintor se suicidó porque, pensando en la mañana del día siguiente, y sabiéndose tal vez en el límite al que había llegado su inspiración, comprendió que los sumariales y circunflejos cuervos de sus trigales habían dejado de poner en su cabeza los huevos que iba a necesitar para el desayuno.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Alas de alpaca - José Luis Alvite

Alas de alpaca - José Luis Alvite
Muchas veces he pensado que si fuese comandante en jefe de un ejército triunfal, a punto de vencer al enemigo lo más probable sería que en un inoportuno arranque de compasión, o de pereza, detuviese la marcha y desistiese de la victoria. Algo desde mi infancia me induce a creer que no hay un solo objetivo cuyo logro resulte más emocionante que la simple expectativa de conseguirlo. Ésa es la razón por la que cada vez que viajo a una ciudad me conformo con rodearla en el coche y salir huyendo; y el motivo evidente de que conseguido el amor de una mujer, a menudo sólo encuentre estimulante la inmediata posibilidad de malograrlo. He empezado las colecciones más diversas a sabiendas de que completarlas me resultaría más desalentador que renunciar a ellas. Desde luego si algún éxito he logrado en la vida se deberá sin duda a que me faltó determinación para evitarlo. Aunque alguien pueda considerarlo una estúpida frivolidad, lo cierto es que la mayor parte de mis conquistas profesionales han sido la inesperada consecuencia de algún descuido. Aunque siempre me gustó escribir, con la vida que he llevado lo normal habría sido que desistiese de hacerlo y me dejase arrastrar por cualquiera de los acariciantes vicios que tanto frecuenté. En realidad esto jamás me pareció un trabajo, de modo que nada de lo que hago me supone un gran esfuerzo. No rechazo el dinero que me pagan por ello, pero debo reconocer que si soy columnista de LA RAZÓN será probablemente porque era algo que ni siquiera entraba en mis planes. En el momento de apuntarme alguien me advirtió de que mi actitud ante la vida y mi manera de escribir no encajarían en la filosofía de este diario y que no tardarían en cortarme las alas. Luego resultó que LA RAZÓN es el único periódico en el que jamás me insinuaron el menor recorte en mi manera de pensar o de expresarme. Con arreglo a mi contradictorio sentido del éxito, puedo decir que tanta libertad me produjo al principio una extraña tristeza, como si me viese privado de la posibilidad de sufrir el grado de represión editorial que alentase mi rebeldía. Aquí no he tenido que falsear mi identidad, como hacía en un diario gallego, pretendidamente muy liberal, al atribuir a Oscar Wilde aquellos pensamientos míos que el redactor jefe de turno se negaba a publicar por considerarlos escabrosos o amorales. Nadie en LA RAZÓN intentó jamás taparme la boca y eso me ha producido un enorme desconcierto. No sólo me permiten ser libre, sino que por mi jodida reputación de fugitivo casi me veo obligado a ello. Ha tenido que ser en un periódico conservador donde descubriese que la libertad de volar frustra mi viejo sueño perezoso de ser un pájaro que tuviese el cuerpo de seda y las alas de alpaca.

Mano de tenista - José Luis Alvite

Mano de tenista - José Luis Alvite
Sé de un tipo que se supo que llevaba algunos días muerto porque sus vecinos habían dejado de escuchar a través de los tabiques su receptor de radio. El aparato se había quedado sin pilas y era muy extraño que aquel tipo no se preocupase de reponerlas. Aquella radio sin señal fue el síntoma inequívoco de una muerte que se anunció por clamoroso que en ocasiones resulta el silencio. Otras veces la gente solitaria fallece y sus vecinos sólo se enteran por el gemido de un perro, por la inesperada abundancia de insectos funerales, o, sencillamente, en el momento en el que el olor se decide a bajar como una babosa de talco las escaleras. Cada día hay más pisos habitados por gente que vive sola y enciende la radio para sentir el genérico afecto de los profesionales que hacen el programa de su gusto. Muchas parejas salen de día y al caer la noche se retiran a dormir en casas distintas. Me dijo hace poco una vieja amiga: «¿Cómo podría tener un orgasmo simultáneo con alguien con el que ni siquiera comparto la cama?». No me sorprendió su pregunta. Con motivo de mi divorcio me instalé en un piso barato de Compostela, justo al lado de donde pernoctaba una pareja de recién casados. Yo estaba solo, pero las paredes eran tan delgadas que juraría que tuve un par de orgasmos por culpa de sentir tan cerca los escandalosos gemidos de aquella mujer. No pegaba ojo y acabé tan estresado que estuve tentado de dormir con la cabeza metida en el casco de una moto. El caso es que aquel tipo se lo pasaba en grande, pero los otros vecinos a quien miraban por la mañana era a mí, que era el único que salía a la calle con ojeras. Sabían que yo vivía solo, pero era evidente que para ellos aquellas ojeras eran el resultado de una vida sexual tan agitada como secreta. De mi intimidad no sabían nada por haber escuchado a través de las paredes mi receptor de radio, sino que lo suponían por mis ojeras. Temeroso de que buscasen otras señales más sutiles, tomé la decisión de saludar a mis vecinos sin sacar las manos de los bolsillos, no fuesen a mirarme con el recelo de quien cree haber descubierto que tienes una mano más grande que la otra, ya me entiendes. Podría haberme ocurrido como a aquel amigo mío al que sus compañeros de trabajo no le preguntaban por el carácter solitario de su vida sexual, pero le decían de manera bien insinuante que tenía una mano de eunuco, y la otra, de tenista. Mi amigo fue siempre un tipo solitario, la clase de hombre casi sin sombra cuya muerte abarata mucho las esquelas. Todavía vive, pero continúa instalado a solas en uno de esos pisos en los que a veces sabes que sólo el sigiloso retén de la muerte se toma de cuando en cuando la molestia de apagar con un chorro de silencio la radio de los difuntos.

Autorretrato - José Luis Alvite

Autorretrato - José Luis Alvite

He tenido siempre una vida interior agitada, a veces incluso angustiosa, y sin embargo me considero un hombre tranquilo. Como jamás me marqué objetivos, considero mi meta cualquier lugar al que haya llegado. Por culpa de esa actitud he acudido tarde a muchas citas y me consta haber perdido por ese motivo unas cuantas oportunidades que no se me volvieron a presentar. No importa. Siempre pensé que escalar sin compañía tiene la ventaja de saber que no arrastrarás a nadie en tu caída. Por otra parte, superé los remordimientos de mi impuntualidad gracias a haberme convencido de que quien no tiene la paciencia de esperar por ti probablemente tampoco se merece la suerte de que llegues. Las mujeres que me amaron saben que nunca se me dio bien demostrar los sentimientos y que si no las abrazaba mucho era por la misma razón por la que en mis lejanos días de incipiente boxeador se me había dado tan mal sacar los brazos. Reconozco haber tenido algunos éxitos en la vida, no muchos, pero eso supongo yo que se debe a simples descuidos o a lo mucho que a algunos hombres nos cunden los fracasos. Debo reconocer que en términos generales no soy un tipo con mucha suerte y eso explica que si a veces compro lotería es para permitirme el gesto inútil de la esperanza, igual que cuando me siento al lado del teléfono a esperar esa llamada de Meg Ryan que nunca llega. Estoy hecho para perder y repetir derrota no es para mí en absoluto peor que repetir camisa. Mis alternativas vitales han sido en el fondo tan homogéneas que es como si hubiese planificado mi vida con la agenda de un muerto. La verdad es que sólo tengo cierta fe en el escepticismo. Hasta los cuarenta años sólo una vez me tocó un premio en un sorteo y desistí de cobrarlo porque su importe no alcanzaba a cubrir lo que tendría que pagar en el autobús que me llevase a recogerlo. Tampoco eso importa mucho. Puedo sobrevivir con poca cosa. Todavía ahora creo, como cuando era sólo un muchacho, que en ocasiones para ser un hombre de mundo es suficiente con haber estado alguna vez de madrugada al otro lado de la calle, sobre todo si al otro lado de la calle funciona a deshora uno de esos locales nocturnos en los que sólo te buscaría la gente que por algún motivo temiese encontrarte.

Cuestión de idiomas - José Luis Alvite

Cuestión de idiomas - José Luis Alvite
Tengo la inmensa suerte de ser bilingüe de nacimiento y de hablar indistintamente los dos idiomas habituales en Galicia. Lo hago con tanta naturalidad que al acabar una conversación ni siquiera recuerdo en que idioma he participado. Es algo que le ocurre a la mayoría de los gallegos, que sólo recuerdan con absoluta seguridad haber recurrido expresamente a la lengua de Rosalía con el doloroso motivo de haberse pillado los dedos con un martillo. En cualquier tertulia de cafetería se utiliza simultáneamente ambos idiomas sin darle la menor importancia a la diversidad lingüística. Hasta que los políticos decidieron reglamentar el uso del gallego, la gente que iba al mercado pedía pulpo cuando quería comer pulpo, que es lo que aún ahora quieren comer quienes en la misma tienda piden «polbo» sin que la dependienta pueda evitar ruborizarse. Prolifera ahora en Galicia una casta de galegoparlantes formados en las normas oficiales de la Xunta de Galicia. Hablan con envidiable corrección institucional pero si se alejan de las ciudades y se adentran en la Galicia interior, tendrán serias dificultades para ser entendidos por los campesinos, que hablan un gallego viejo y sin academicismos con el que han sobrevivido durante siglos sin necesidad de acreditarlo con un vistoso diploma oficial. Yo hablo el gallego que aprendí a granel en las calles de mi infancia, que es un gallego sin vanidad y sin prestigio, es decir, un idioma conservado en la taberna, en los andamios y en las lonjas del pescado. He soñado y vivido en ese idioma, el mismo idioma en el que aprendí a pecar y en el que siempre me entendí con mis amigos hasta que los políticos empezaron a retocarlo con la ortodoncia de sus normas y lo convirtieron en una lengua de cetárea que a muchos se les atraganta, como si en realidad en vez de un derecho, fuese un impuesto. Es una suerte que mi querida lengua parvularia conserve intactos sus defectos en los burdeles, ese ecléctico fortín de las costumbres en el que todavía algunos viejos campesinos gritan «gol» durante el orgasmo. Yo desde luego no le veo tanta complicación a esto de los diversos idiomas autonómicos. Desde la inevitable simpleza de un ingenuo vocacional, yo creo que el catalán es un idioma para defender con ecuanimidad las ideas, del mismo modo que el gallego me parece ideal para que suenen bien las cosas que saben mal. En cuanto al euskera, me resulta tan oscuro y enigmático, que yo creo que es el idioma ideal para diagnosticar enfermedades mortales.

Galgo dormido (Completo) - José Luis Alvite

Galgo dormido (Completo) - José Luis Alvite


No sé si las tengo merecidas, pero el caso es que llegan las vacaciones y creo que no opondré resistencia. En la duda de que alguien desconfíe de que yo las necesite, estoy seguro de que habrá lectores que, por el bien de su descanso, incluso me las agradezcan. La verdad es que no es el cansancio físico lo que me anima a levantar la mano de escribir y darme un respiro. Quince días de distanciamiento de la tarea de escribir me vendrán bien para darle un repaso a mi vida, reflexionar sobre mis ocupaciones y decidir al menos si tienen razón quienes aseguran que el pesimismo existencial mejora sensiblemente con una dieta equilibrada. Ya que mi discutible inteligencia no me sirvió de mucho para mejorar mi autoestima, no veo motivos por los que no pueda confiar a partir de ahora en la eficacia intelectual de un menú con lechuga. Tampoco descarto el reencuentro con viejas lecturas que en su día me resultaron reconfortantes, como recuerdo que me sucedió la primera vez que leí «La muerte en Venecia» y quedé fascinado por la facilidad profiláctica de Thomas Mann para describir la atracción homosexual como si se tratase de un poético concurso de camelias. Leí aquella novela sentado en la sombra del porche de un café frente a una playa en Arousa y al levantar los ojos me pareció que todos aquellos bañistas eran hermosas y veniales criaturas capaces en un momento dado de sentir la pulsión de la belleza como algo que suscitase una emoción anovulatoria, decadente y balnearia, igual que la que describía Mann en aquel libro fascinante en cuyas páginas a mí siempre me parece que incluso la muerte huye aterrada de la peste que se cierne como lava de zotal sobre la bellísima ciudad desconchada, distraída y zozobrada. Aunque soy reacio a dejarme afectar por las lecturas, reconozco que la novela de Mann me produjo un impacto considerable y que durante algún tiempo hube de esforzarme para que su estilo no invadiese el mío. Me defendí con éxito de su influencia, pero aprovecharé estas vacaciones para reencontrarme con aquellas páginas, sobre todo porque la primera vez que le puse la vista encima a la novela de Mann, descubrí que la vida puede transcurrir rápida casi sin que sepas que está pasando, lenta e inexorable, casi un reloj con telarañas calcetadas como saliva en las agujas, como le pasaría el tiempo a un galgo que al final de su carrera por la arena pisada por el agua, se hubiese quedado dormido al sol en la culera de una silla de ruedas. Leeré a Mann en Praga y en Cambados. Después levantaré de nuevo los ojos y, como les dije a mis amigos de Facebook, seguro que no podré evitar la idea de que la vida sólo son alegrías, fracasos y pausas para la publicidad. Cada vez que tomo vacaciones me propongo caer en la más absoluta indolencia. Es algo para lo que no necesito concienciarme porque siempre he sido propenso a la inactividad. Creo que la pereza es el estado natural del hombre y que en eso lo que influye sobre todo no es la educación recibida, sino la ley de la gravedad. A mí me gustan las vacaciones como motivo para no hacer nada que no sea disfrutar de los placeres más elementales, sin rebuscamientos intelectuales, entregado al disfrute sin necesidad de mejorar las sensaciones empobreciéndolo con la inteligencia, sólo incontinencia y deseos, igual que recuerdo que disfrutaban los cerdos deshuesándose casi de placer cuando los contemplaba de niño en Cambados. Quiero saber qué se siente cuando, liberado de la necesidad imperiosa del trabajo, y con el reloj en el bolsillo, un hombre se puede permitir incluso el lujo de que a su cabeza no se le ocurra nada, como si el placer de la plena indolencia le supusiese la pérdida de la memoria, incluso casi la muerte. Supongo que en ese estado de virginidad mental uno se identifica mejor con la naturaleza, incluso con los animales, y, a pesar de desistir de la imaginación, de forma instintiva podría renovar su casquería mental y sus apetitos y reparar con ellos las áreas de la imaginación que antes hubiesen sido contaminadas por los conocimientos superfluos. Acumulamos demasiados conocimientos retóricos durante el invierno y somos víctimas de un exceso de información que nos impide la recreación emocional en el mundo cada vez más perdido de los instintos. Fascinados por la tecnología y viciados por el dinero, cegados por los dioses fluorescentes, nos hemos olvidado de que el alma también es una tripa. Es necesario que conozcamos las cosas y sus sensaciones por haberlas sentido, no por haberlas leído en alguna parte. Ahora más que nunca me doy cuenta de que las emociones más fuertes, las que de verdad son inolvidables, no son las que adquirí mezcladas con el conocimiento ilustrado, sino aquellas otras que me hicieron disfrutar sin saber dónde diablos había puesto las gafas. Durante un verano de hace muchos años me di cuenta de que, por desgracia, a veces la lectura nos inculca con sus sugerencias una serie de sensaciones que tendríamos que haber conocido por la propia experiencia. A renglón seguido de darme cuenta de aquello, no tardé en comprender que en realidad lo más excitante de cuantas visitas había hecho a mi librería de toda la vida, no eran las frecuentes novedades editoriales, ni el estupefaciente olor de las ediciones nuevas, sino las tentadoras piernas de la hija del librero. Supe desde entonces que las mejores conquistas urdidas en la cabeza de un hombre, fueron antes las manchas más inconfesables en su ropa interior. Según yo lo veo, hay en el ambiente emocional de las vacaciones algo que recuerda la comprensible amoralidad que rige durante las treguas tensas e intermitentes en tiempo de guerra, mientras las asistencias recogen a los heridos, los enterradores sepultan a los muertos y en las parras se descuelgan las uvas abatidas por el eco de la artillería, vendimiadas como gangosas hernias de mosto por la sobrecogedora fonética de los obuses. Del mismo modo que la guerra deja en suspenso los modales y las conciencias, las vacaciones suponen una moratoria en la contención de los vicios y la pérdida momentánea del escrúpulo en las comidas. Olvidamos en vacaciones las recomendaciones del médico, igual que en las treguas del combate son indiferentes los soldados a las instrucciones morales de su religión y al recuerdo doctrinal de sus dioses y cenan con la escudilla apoyada en el vientre de un cadáver. Tiempo habrá de reflexionar al acabar el verano, cuando, como sucede después de las batallas, comprendamos que aquel fue un tiempo de comprensible desenfreno estacional en el que no había en nuestra conciencia una sola recomendación dietética capaz de frenar la aromática tentación de las sardinas recién asadas, ni un solo remordimiento que pudiese en nuestras emociones más que el instinto animal de sobrevivir al combate aun al precio de llevarnos por delante la vida de otro hombre. En el disfrute del placer estival, como en el desenfreno de la guerra, quedan en suspenso la moral y la dieta, y las actitudes que antes habíamos disimulado con las apariencias caen en desuso para dar paso al imperio de los impulsos, al exultante dominio de las gandulas sobre los pensamientos. Aun reconociendo que la humanidad ha prosperado sobre todo gracias a la reflexión, es difícil negar que a veces los seres humanos necesitamos deponer la razón para que por un momento rija nuestras vidas el instinto. Estoy de acuerdo en que muchas de las grandes conquistas modernas son atribuibles a la sabiduría de quien logró la división del átomo, pero no es menos cierto que a veces tampoco está nada mal que sintamos dentro de nosotros la emoción que produce el aprovechamiento social del despiece de la ternera. No importa que la indolencia estival no sea un memorable hallazgo de la inteligencia humana.

América puritana - José Luis Alvite

América puritana - José Luis Alvite
Anoche debutó en el Savoy un tipo de cincuenta años de carrera a cuestas y varios lustros de ostracismo. Bobby Jennings perdió el pelo de la cabeza hace mucho y lo sustituyó por un espectacular bisoñé de otra talla que le sentaba como una rata con gases. Hace dos temporadas, Bobby Jennings desistió del peluquín. Ahora el viejo cantante luce una calvicie con la piel poco ceñida al hueso, una circuncisión como fuera de sitio, algo que le sienta como una calva postiza. Fue una noche muy evocadora. Bobby alteró la línea tradicional del Savoy con un repertorio para colegiales de los años cincuenta y primeros sesenta. Cantó «Diana», «Put your head on my shoulder», cosas de Paul Anka, temas de Frankie Avalon, aquellas dulces partituras que se bailaron en las graduaciones de los bachilleres durante la Administración Eisenhower, cuando por los alrededores de San Francisco descendían hasta Sausalito pandillas de coches azules y amarillos sobre el asfalto fucsia de aquella América puritana y segura que izaba sus banderas con el palomar aleteo del cancán antibiótico de Sandra Dee, la América feliz y abstraída en la que no perdías el tiempo si decidías esperar a que diesen cerezas los cipreses del cementerio. ¡Dios Santo!, dice Bobby Jennings que en su América de entonces los ríos todavía estaban buscando los cauces en los que quedarse y los últimos tipos de la frontera vadeaban la corriente cargando a sus espaldas una leña de caballos muertos. Al final de su actuación, Bobby tomó café en nuestra mesa y nos dijo: «Muchachos, estas cosas suenan falsas pero fueron ciertas. Fue cierto, maldita sea, que podía llegar al despacho oval de la Casa Blanca un tipo sin recursos que la noche anterior a subirse con la Biblia y un sombrero de copa a la escalinata del Capitolio, hubiese cenado la sopa sorbiéndola de sus propias manos. Conocí en la «high school» de Tulsa a una muchacha dulce y entera. Sé que parece un sueño, pero lo cierto es que a aquella chica tan decente le lastimaba el himen al bailar».

Verano de manga larga - José Luis Alvite

Verano de manga larga - José Luis Alvite
Mis amigos andaluces se vinieron este verano a Galicia a sabiendas de que aquí el sol es una lotería que no toca con demasiada frecuencia y que en lo que va de vacaciones ni siquiera es seguro que vaya a dejar la pedrea. En este verano de manga larga, los miles de turistas decepcionados por la falta de sol benefician con su visita a la ciudad de Compostela, siempre atractiva para los viajeros y ahora abarrotada gracias al mal tiempo que vacía las playas. Procedentes de la costa llegan incluso cada día las gaviotas, no sé muy bien por qué, seguramente porque la ecología anda revuelta o, tal vez, debido a que encuentran tierra adentro la comida que escasea en su territorio de siempre, al borde del mar. Mis amigos andaluces se instalaron en la margen derecha de la Ría de Arousa, al borde de una playa de arena fina flanqueada por una discreta masa forestal que si es que no ampara del sol, al menos resguarda de la lluvia. Hacen una vida tranquila, tal vez demasiado tranquila por culpa de una meteorología que si cambiase es casi seguro que sería para empeorar. Pasan algunos minutos de las cinco de la tarde mientras escribo mi columna y al otro lado de la ventana la luz es la que correspondería a cualquier día de noviembre. Mucha gente pide café en las terrazas de los bares y aprovecha la taza para calentar las manos. Al pasar por delante de los restaurantes, a los turistas se les van los ojos al marisco, pero abarrotan las pizzerías porque por el precio del centollo encuentran joyas más baratas en cualquier orfebrería de la ciudad. Dicen que la catedral está siempre abarrotada. Puede que se trate de un rebrote de la fe, pero yo desconfío de que esa afluencia tenga más que ver con la lluvia que con la mala conciencia. Mis amigos andaluces han aceptado su destino con una mezcla de rutina y resignación, como si supiesen que a Galicia no se viene a tomar el sol, sino a huir de él. De todos modos, es un verano extraño, el peor en mucho tiempo. Y es, sobre todo, un verano más pobre que otras veces. Un barrendero de Sanxenxo me aseguró que nunca habían sido tan pobres las basuras de los ricos, ni habían estado jamás tan delgados sus perros. Donde se mantiene el nivel es entre los residentes en A Toxa, esa isla modernista, elegante y termal en la que todavía puede verse a señoras muy ricas con los modales refinados por el peso de sus joyas. Ahí pasa unos días cada verano mi amigo y compañero Josemi Rodríguez Sieiro, un tipo tan correcto, tan exquisito, que yo creo que sería incapaz de estornudar sin haber aprendido antes solfeo.

Los dichosos mercados - José Luis Alvite

Los dichosos mercados - José Luis Alvite
Yo no sé muy bien qué es eso de «los mercados», ni estoy en absoluto seguro de que adelante mucho si me preocupo de saberlo. Puedo vivir sin ese conocimiento, del mismo modo que durante toda mi vida fui capaz de salir adelante desinteresado por viajar al centro de la Tierra y sin conocer el peso atómico del vanadio. Una vecina mía dice que los grandes conocimientos por lo general son innecesarios para llevar una vida satisfactoria y decente, y que desde que tiene memoria, y a pesar de las naturales restricciones de la vida rural, su familia salió adelante sin necesidad de un conocimiento más profundo que el del funcionamiento de la bomba del pozo. A veces basta con tener cierta facilidad para la deducción y adoptar decisiones en función de un mínimo sentido de la corazonada. En una aldea de Galicia le escuché decir a un campesino que «más a menudo de lo que se cree, el ser humano pierde el sentido común por culpa de razonar demasiado las cosas». Un amigo mío muy aficionado a la música estaba convencido de que las plantas de su salón disfrutaban de Mozart tanto como él y se desarrollaban en función de que acertase con sus gustos al elegir los discos que pinchaba. Una de sus plantas melómanas se vino inesperadamente abajo y dio con las hojas en la tierra del tiesto. Le pregunté entonces qué había ocurrido para que, a pesar de Mozart y de Mahler, aquella planta estuviese camino de mustiarse sin remedio. Entonces aquel tipo reaccionó con sentido común, sin dejarse llevar por razonamientos que no venían al caso: «Lo que le sucede a esta planta, amigo mío, no es nada distinto de lo que le sucede al diez por ciento de las plantas que conozco: A todas les gusta Mozart, pero pasado un tiempo, el diez por ciento de las plantas se vuelven sordas». ¿Se puede aplicar ese razonamiento al asunto de los dichosos «mercados» que tanto nos afligen? Para contestar a eso creo sensato recurrir a la sabiduría de una amiga de mi madre que tiene de la vida la idea de que se trata del tiempo que necesitamos para hacernos a la razonable idea de morir. Esa amiga le dijo en una ocasión a mi madre: «Verás, Leonor: La vida está llena de altibajos económicos que nos producen disgustos y alegrías. No hay que descorazonarse por nada. Se trata de saber adaptarse, sólo eso. Son cosas que si no se aprenden con el escarmiento, se asimilan con la edad. Cuando vienen mal dadas, de lo que se trata es de llamarle de otro modo a la pobreza, igual que a cierta edad sustituimos el sexo por la gimnasia de mantenimiento».

Sangre en el maletero - José Luis Alvite

Sangre en el maletero - José Luis Alvite
Muchas veces me he imaginado al volante del coche llevando mi cadáver desangrado como un cebú en el maletero. Supongo que esa obsesión tiene mucho que ver con que mi coche fue muchas noches el lugar en el que me sentía a salvo de los inconvenientes de la realidad mientras recorría de madrugada las calles vacías, como si se tratase de localizar exteriores para la filmación de un sueño. La sangre representaría las palizas que alguna vez me dieron, el navajazo que me comí aquella noche en un bar en el que hasta era clandestino el descaro, la herida al rasgar los besos con la espuela del ansia, y sobre todo, representa el viejo presentimiento de que, por lo que sea, acabaré mis días desangrado en la soledad casi maternal de mi propio coche, como un feto ensartado en el útero oxidado de una trampa para ratas. ¡El coche y las calles! ¡La soledad y la sangre! Y esas madrugadas infinitas en las que el tiempo transcurre oleoso y reacio, con la conciencia jodida y toda la lluvia en el suelo, en esos momentos en los que, como le dije a una amiga, en las aceras quedan apenas los parias, los poetas y los perros. Mezclada con el desencanto, la de la soledad en el coche es una sensación muy dolorosa, pero yo la he cultivado mucho porque siempre creí que aun habiendo llevado una vida reprobable y causado el sufrimiento ajeno, si muriese recogido en mi coche, y aunque al encontrarme solo quedasen reconocibles las gafas, las colillas y los huesos, al menos evitaría la deshonra de que mi cadáver empobreciese el suelo. En una de las muchas noches que dormí en el coche soñé que acudía al hospital por una minucia y que, para ganar tiempo, un tipo que me perseguía en su automóvil porque me las tenía juradas, me apuñalaba en la camilla del servicio de urgencias con la ayuda de una solícita enfermera con la que yo había tenido un asunto que acabó incluso peor que si saliese bien. Tuve un coche muy viejo en el que pasaba tanto frío que tenía que salir a la calle para abrigarme. A veces de madrugada lo arrimaba al cementerio y dormía en él, triste, perplejo y con la cabeza casi decapitada en el regazo. Conocí en aquella época a un tipo que me dijo que por muy perverso que sea un hombre, por ruin que a otros les parezca, nadie podría negarle el derecho a ser rehén de sus sueños y agonizar sentado al volante, aunque sólo sea para no morir atropellado por su propio coche.

Furiosos y turistas - José Luis Alvite

Furiosos y turistas - José Luis Alvite

Se cumplen hoy setenta y cinco años del que se llamó Alzamiento Nacional, es decir, de la insurrección del general Fracisco Franco contra el Gobierno legítimo y constitucional de la II República. Fue el comienzo de una guerra de casi tres años en la que abundaron por ambos bandos los gestos heroicos, las decisiones desesperadas y en la que sin duda se cometieron atrocidades que escandalizaron a las fieras. Tal día como hoy comenzó una guerra fratricida que sirvió de campo de maniobras para la II Guerra Mundial. Nunca supimos muy bien cuántos fueron los muertos de la contienda, ni los que siguieron luego con motivo de la dureza de una paz hiriente y sangrante en la que la justicia se mezcló indiscriminadamente con la venganza. Lo que parece claro es que, a juzgar por la actitud de algunos, la guerra no ha terminado y sólo disfrutamos del prolongado beneficio de un alto el fuego en el que aún se discuten los remordimientos y las culpas; un tiempo de furia contenida en el que nos hemos revelado como un pueblo incapaz de entender la vida sin la venganza de los muertos. Como en cualquier país salvaje, en España nos hemos demostrado a nosotros mismos que, con el pretexto de la justicia, es indudable que la demagogia y la ira pueden prolongar impunemente los destrozos de la artillería. Lo triste es que se trata de la furia maniquea de unos pocos, de un resquemor interesado que ha convertido el remoto dolor de la guerra en un pretexto para transformar en ideología la muerte y el recuerdo, en rencor. Tendrían que explicarle su actitud a mi abuelo materno, que se fue a la guerra sin conocer muy bien el motivo, ajeno a la geografía, indiferente a la doctrina. De regreso del frente, miró un mapa y comprendió con espanto lo mucho que había caminado, lo lejos que había estado de casa y lo poco que sabía de los lugares en los que había sufrido. Mi abuelo era un tipo tranquilo que se llevó las manos a la cabeza al conocer los estragos de la guerra y sufrió luego cuando de regreso en casa mi abuela le recibió con una bronca por lo mucho que había tardado en volver, como si la guerra hubiese sido una infidelidad y la muerte, una señora. Yo tenía sólo doce años cuando murió aquel hombre y no recuerdo que me hablase mucho de la guerra. Era como si entre la gente de mi infancia la guerra fuese un pretexto para olvidarla, una patología de la que no quisiesen conocer el diagnóstico y prefiriesen vivir en silencio el dolor, un recuerdo que les produjese amnesia. Tanto tiempo después de aquellos días de irracionalidad y espanto, algunos españoles se empeñan en mantener intacto el rencor y sienten la interesada tentación de enfurecer la Historia. La guerra civil española habrá terminado sólo cuando los lugares que aún recorren los furiosos los pisen por fin los turistas.

El pararrayos - José Luis Alvite

El pararrayos - José Luis Alvite
Nunca he entendido muy bien la obsesión de algunas personas por arremeter contra las creencias religiosas de otras, ni ese empeño en ridiculizar su fe contrastándola con las irreprochables certezas de la ciencia. Aun sin ser creyente, comprendo que otras personas lo sean y que mantengan su actitud a despecho de cualquier comprobación científica de la existencia de Dios. ¿Quién podría sostener que no hay ocasiones en las que la sabiduría se basa irónicamente en la ignorancia? Que a los edafólogos les interese mucho conocer las propiedades técnicas del terreno que pisan, no significa que, si se lo proponen, no puedan disfrutar de un paisaje sin necesidad de conocer la composición del suelo. Pues algo parecido ocurre con los creyentes, que están seguros de la realidad de Dios gracias precisamente a no plantearse técnicamente su existencia. Han llegado a esa certeza partiendo de la base de que Dios es una emoción, no un conocimiento. A veces la fe es incluso la consecuencia de una necesidad, una desesperada conquista que procede de la angustia, igual que en las guerras ocurre a menudo que la valentía no es otra cosa que el resultado de no haber calculado bien los peligros de una acción arriesgada, de modo que lo racional sería la cobardía. No todas las decisiones tienen que ser razonadas, ni mucho menos. De hecho, muchos de los mejores hallazgos del hombre se debieron a decisiones tomadas sin criterio. ¿Por que considerar la fe en Dios como un déficit científico pudiendo considerarla como una emergencia? A veces en la desesperada circunstancia de un naufragio, la tripulación de agnósticos y ateos vuelven sus ojos hacia el único creyente a bordo por si surtiesen efecto sus oraciones. Ninguno de ellos ignora que en el caso de que el barco se hunda los tiburones se darán un festín sin necesidad de tener conocimientos religiosos, ni culinarios. Y no pensemos que la fe es incondicional y que no tienen ningún recelo los creyentes. Hace ya unos cuantos años me encontré a un párroco tomando copas en un club de alterne. Por propia iniciativa me dio una explicación que yo jamás le habría pedido: «Las fe no cubre todas las necesidades de un hombre. Siempre queda un resquicio para la duda razonable. Cada vez que hay tormenta, las mujeres de la parroquia vienen al templo y rezan para que Dios las proteja. Tienen fe, pero no son idiotas. Esa es la razón por la que además de rezar en la iglesia, han contribuido sin rechistar a la colecta para instalar un pararrayos. ¿Y que diablos hago yo en este lugar de perdición? Muy sencillo: No se puede juzgar el pecado de la carne sin conocer a la carnicera. A veces al alma de la gente sólo se entra de verdad por su cama».

jueves, 18 de diciembre de 2014

El hedor y la esperanza - José Luis Alvite

El hedor y la esperanza - José Luis Alvite
Creí en el movimiento de los «indignados» porque, como a tanta gente, también a mí me parece que el país necesita una regeneración moral y política que les devuelva a los ciudadanos la ilusión por los valores irrenunciables de la democracia. Esos miles de personas parecían representar un inesperado brote de sentido común, una llamada a la franqueza en la vida pública, una brisa incontaminada que se llevase por delante el hedor insoportable de una podredumbre creciente en la que sólo es previsible que medre a su antojo la desidia, la náusea y la muerte. Muchos de esos hombres y mujeres son jóvenes descreídos de una sociedad que no les ofrece otra cosa que la esperanza de perder lentamente la fe. Se presentaron con sencillez y espontaneidad, sin los vicios que acarrea la edad, libres de codicia, como un puñado de colonos ansiosos por remover el secarral estéril hasta convertirlo en fértil tierra de labor. Creía en ellos y aún creo. Ya sé que al amparo de esa actitud bautismal, escudados en esa aura casi agraria de lo que empieza, se cometieron atropellos y errores intolerables. Preguntémonos a quién beneficia el descrédito de los «indignados» y acaso sepamos entonces quiénes están detrás de los desmanes, quiénes son los que se colaron en la entusiasta tripulación de remeros neófitos para bogar a contrapelo en la trainera y joderles cualquier posibilidad de éxito en el desenlace de la regata. No se puede maldecir un banquete sólo porque alguien haya derramado una copa en el mantel. Más decepcionante que cometer errores al luchar por algo es la cómoda decisión de renunciar a la lucha. Es evidente que alguien trata de desacreditar a los «indignados» arrojando sobre ellos toda clase de dudas y sospechas. Es también inevitable. Cada vez que alguien intenta coger la flor más hermosa del jardín, se corre el riesgo de que pise el césped. Hay que contar con los errores, igual que cuando alguien quiere limpiar una mancha del pantalón y se arriesga a que quede bien visible en la tela el horrible cerquillo de la limpieza. Vivimos en un bendito país en el que la gente es capaz de reír sin motivo e incluso a veces nos sabe dulce la sal. Como somos un pueblo viejo, sabemos de la vida más que la muerte, y conocemos el mar mejor de lo que lo conoce el agua. Nuestro problema es que nos estamos pudriendo mientras los «indignados» cometen el error casi adolescente de no fijarse en que mientras intentan que corra el aire fresco e inodoro sobre las basuras, entre ellos hay gente expresamente dedicada a clonar la mierda.

Pensamientos, sólo pensamientos - José Luis Alvite

Pensamientos, sólo pensamientos - José Luis Alvite

-Hay mujeres que denuncian por dignidad lo que antes se callaban por dinero. 

-Si algo bueno tiene la pobreza es que raras veces te va al bolsillo. 

-Cuando se ponen morales, los norteamericanos prohíben fumar en la cámara de gas. 

-¿Por qué de una novela mal escrita se suele decir que es compleja? 

-Las parejas que se llevan a matar, sería normal que se separasen de común desacuerdo. 

-Un disparo en la cabeza tendría que ser inolvidable. 

-Los pobres van al cielo; a los ricos, los llevan. 

-Cualquier mujer se conformaría con que hicieses en la cama la mitad de las cosas que piensas contar. 

-A veces el siquiatra sólo sirve para sustituir un problema emocional por un problema económico. 

-Un sueño secreto de algunas mujeres es que les hiciesen los pies a mano. 

-El alcohol es una cosa que te ayuda mucho a olvidar que bebes. 

-La sinceridad consiste en mentir de buena fe. 

-La Justicia mejora mucho cuando es el Estado el que soborna a los jueces. 

-Todos saldríamos ganando si los políticos aprovechasen el Poder para ejercer la oposición. 

-Lo malo es de la experiencia es que se adquiere cuando ya no se necesita. 

-La pasión es lo que se recuerde del sexo antes de que con el paso de los años sólo se recuerde el precio. 

-Un fugitivo sabe que tiene que huir de quien le persigue con cuidado de no alcanzar a quien la espera. 

-Por desgracia, los tipos sin suerte cuentan por fracasos todos sus éxitos. 

-Muchos conferenciantes tendrían que aplaudirle al público. 

-Dicen que el 70% de las mujeres reconocen haberse casado enamoradas; el resto, prefieren mentir en otras cosas. 

-A los humoristas se les ríen las gracias; a los ricos, se les ríe el dinero. 

-El caballete del pintor es la ropa que mejor le sienta a una mujer hermosa. 

-Un periódico que sólo publicase buenas noticias, estaría abocado a despedirse con la mala noticia de su cierre. 

-La única ventaja razonable de luchar en primera fila es que tienes más fácil pasarte al enemigo. 

-De haberte liado con una mala mujer siempre se repondrá antes tu corazón que tu bolsillo. 

-Acostarse por dinero es la forma que algunas mujeres tienen de levantarse. 

-El matrimonio es la única posibilidad que tienen algunos hombres de acostarse con una mujer casada. 

-El orgasmo es esa sensación que les sobreviene a las algunas mujeres sólo cuando lo cuentan los hombres. 

-Todos nos hemos acostado con muchas mujeres pero no lo contamos por miedo a que se enteren ellas. 

-El urbanismo salvaje que padecemos está a punto de conseguir que el mar sea lo único que no esté en primera línea de playa. 

-Las vicios que de joven no te podáis permitir por falta de dinero, de mayor no te los puedes permitir por falta de salud. 

-Contra las tentaciones sólo vale la pena luchar después de haber caído en ellas. 

-Cuando una mujer te confía un secreto, es porque sabe que sólo se lo contarás a gente tan discreta como tú. 

-Por desgracia, a muchas personas las cartas de amor sólo le sirven para estropear la letra. 

-Si dejases preñada a tu ex mujer, ¿tendrías un ex hijo? 

-De una mujer no podrás decir que te abrió su corazón si antes no te abrió su bolso. 

-Como se han puesto las cosas, incluso a la paloma de la paz le va a costar encontrar piloto. 

-No hay como llevarse bien para romper de mutuo acuerdo. 

-A pesar de la mala calidad de los muebles, lo cierto es que hay pocos matrimonios que duren más que su cama. 

-La guerra es prácticamente el único sitio en el que no se necesita ser arquitecto para estropear las ciudades. 

-Lo bueno de la muerte, amigo mío, es que no te deja secuelas. 

-Para los forenses verdaderamente enamorados de su profesión, la autopsia es un juego de mesa. 

-Por desgracia, no es cierto que uno pueda mantener el peso comiendo cosas delgadas. 

-De joven se tienen corazonadas; a partir de cierta edad, se tienen infartos. 

-Hasta cierto punto es natural que las mujeres consideren interesante a un hombre cuyo sueldo se parezca a su número de teléfono. 

-Si una mujer te sube de madrugada a su casa lo hace con la sospecha de que eres un caballero y con la esperanza de estar equivocada. 

-La fama es una cosa que cuando se mezcla con el dinero suele perjudicar la reputación. 

-Ese tipo de equívoca sonrisa que en La Gioconda se considera un interesante y artístico misterio, en las mujeres de mi familia suele ser lombrices. 

-Siempre fui propenso a enamorarme de mujeres propensas a no quererme. 

-Digo yo que los ciegos tendrían que esquivar con más facilidad los muebles negros. 

-Los soñadores nos llevaríamos menos chascos si durmiésemos más. 

-Lo que el común de los mortales llamamos matrimonio, los físicos suelen llamarlo masa crítica. 

-A los espías sordomudos cuando los torturan tendrían que írsele de la lengua las manos. 

-Las mujeres corrientes, envejecen; las hermosas, pasan de moda. 

-Cuando una chica corriente cobra a cambio de sexo, es una puta; si es una actriz de renombre, la misma cosa es un éxito de taquilla. 

-Las chicas del arroyo, como los jinetes, suelen sentarse sobre las herramientas. 

-Tipos como Al Capone demostraron lo alto que puede caer un hombre. 

-Algunos personajes serían más respetables si sus vidas hubiesen estado a la altura de sus biografías. 

-Supongo que los franceses desistieron de la guillotina porque les daba quebraderos de cabeza. 

-La muerte es una enfermedad en mal estado. 

-Sería lógico que detuviésemos el envejecimiento de la cara si la lavásemos con agua estancada. 

-El bajo vientre es algo que los hombres solemos llevar con frecuencia en la cabeza. 

-La pobreza tendría más adeptos si estuviese bien pagada. 

-En los accidentes del coche fúnebre el muerto es el que tiene más probabilidades de resultar ileso. 

-Cuando un pufante tiene auténtica clase, deja a deber las copas y la propina. 

-Me pregunto por qué diablos no flota el agua del fondo del mar. 

-A las mujeres perversas los pensamientos se les convierten en ropa interior. 

-Las cartas de amor son más eficaces escritas en el reverso de un cheque. 

-La única enfermedad de transmisión sexual que se tolera en un escritor son los derechos de autor. 

-Para la gente verdaderamente desgraciada, la muerte puede ser su mejor racha. 

-A las mujeres fatales del cine la herida más grave que les causa el desamor es una carrera en las medias. 

-Por lo general, la luz de un disparo a oscuras sirve para no fallar el siguiente disparo. 

-El traje típico de los Kennedy es un féretro. 

-Si algún avance hice en mi vida, fue porque no conocía otra manera de retroceder. 

-Algunos jueces serían más justos si no fuesen tan legales. 

- El paso del tiempo convierte la expectación en angustia, como se ve en el hecho de que cuando eres joven, haces planes mirando el almanaque, y cuando eres mayor, los haces mirando el reloj. 

-Cuando un hombre es guapo y tiene éxito con las mujeres, incluso cabe pensar que las violaciones las cometa en defensa propia. 

-En alguna parte leí que el 15 por ciento de las mujeres son lesbianas y el 10 por ciento, bisexuales. El resto se supone que son mujeres heterosexuales, excepto las mayores de cincuenta años, que suelen ser hombres de sesenta. 

-Una manera agradable de ser vegetariano es comer únicamente animales herbívoros. 

-Hay escritores cuyas novelas demuestran lo mucho que esos tipos odian la literatura. 

-Hay gente extraordinariamente corriente a la que sólo podrías recordar de no haberla visto en ninguna parte. 

-Para los que detestamos las ciencias exactas, los números romanos tienen la ventaja de que se estudiaban por Letras. 

-Que El Quijote es una obra crucial lo demuestra el hecho de que sea el libro que más veces no hemos leído los españoles. 

-Hay pobres muy tacaños que se privan de comer lentejas pero les gustaría ser ricos para privarse de comer arroz con bogavante. 

-Lo malo de los buenos médicos es que su mérito consiste en acertar en las cosas malas. 

-En la biografía de los grandes hombres suelen entrar unas pocas mujeres; el resto, sencillamente, sólo consiguen entrar en sus camas. 

-De todas las mujeres con las que me acosté, la mayoría se llevarían un disgusto si lo supieran. 

-En las películas españolas ocurre el extrañísimo fenómeno de que salen del cine más personas de la que entraron. 

-Eso de la igualdad de oportunidades es falso. Los niños de papá casi siempre empiezan a correr en la meta. 

-Una obra literaria tiene talento cundo no se necesita talento para leerla. 

-Hay escritores que tardan tres años en escribir una novela, ¡con el poco tiempo que necesitarían para haberlo evitado! 

-Cada vez que veo en televisión a Sara Montiel, comprendo que a veces incluso la elegancia es de mal gusto. 

-Así como los científicos clonan la vida, los terroristas clonan la muerte. 

-Nunca entenderé que se exija tener documentos para ser apátrida. 

-Cuando un tartamudo es discreto, prende al callar. 

-La mayor parte de los sondeos están pensados para provocar en la gente la opinión que dicen reflejar. 

-Cuando eres joven, dices tu edad. Cuando eres mayor, la confiesas. 

-Cincuenta años es la edad que tienen las mujeres que a los cuarenta y cinco aseguran tener cuarenta. 

-No tienen suerte las actrices de cuarenta. Los papeles de su edad se los quitan las chicas de treinta y los papeles de cincuenta se los quitan los hombres de sesenta. Pilar Bardem, por ejemplo, tiene la suerte de interpretar los papeles que, si viviese, le habría arrebatado Paco Rabal. 

-Siempre me gustaron las mujeres que hablan, pero sobre todo, me gustan las que dan que hablar. 

-Apartarse de las mujeres malas sólo tiene sentido si lo haces para ponerte al lado de las peores. 

-La gente de mala reputación, cuando se junta, crea la Mafia; la gente buena, como es más aburrida, al juntarse no puede evitar formar Los Sabandeños. 

-La memoria histórica consiste en pedirle explicaciones a los muertos. 

-Si no fuese por el paisaje, los aviones se caerían siempre encima de la ciudades. 

-Arthur Miller podía presumir de haber vivido en la misma habitación que Marilyn Monroe. Los demás, ¡que remedio!, nos conformamos con haber vivido en el mismo siglo. 

-La imaginación consiste en que te sucedan las cosas que sin ella jamás te ocurrirían. 

-Hay ocasiones en las que tu chica te acepta un segundo beso aunque solo sea para borrar la decepción del primero. 

-Cuando la pobre chica del arroyo prospera y se vuelve fina, el precio se le convierte en caché. 

-La bofetada de una idiota te marca la cara; la bofetada de una mujer interesante puede marcarte la vida. 

-Todos corremos el peligro de quedarnos ciegos en un abrir y cerrar de ojos. 

-Las chicas limpias son comunicativas; las fulanas sucias, son contagiosas. 

-A cierta edad aspiras a conservarte joven. Cuando eres muy mayor y vislumbras la muerte, darías lo que fuese por conservarte viejo. 

-En África la gente muere tan delgada, que incluso la muerte corre el riesgo de morirse de hambre. 

- Para un hombre escéptico y desencantado, la madrugada es lo único interesante que puede ocurrirte entre la cena y la muerte. 

-Si citas a un trasnochador para las seis de la tarde, le partes la mañana. 

-La nostalgia es el presentimiento de la gente sin esperanza. 

-Lo mejor que puede ocurrirte durante una pesadilla es que te quedes dormido. 

-Los aventureros descubrieron el paisaje ignorantes de que la civilización lo ocultaría con el mapa. 

-Aunque cueste creerlo, a veces la belleza es una malformación de la fealdad. 

-Todos sabemos de algún idiota que utiliza su inteligencia para disimularla. 

-En la nueva cocina lo único que no te tiene que explicar el cocinero es el precio. 

-Los coches viejos pierden calor si le suprimes la multa del parabrisas. 

-A pesar de lo poco que se mueva en cama, es obvio que la muerte da muy mal dormir. 

-Por muy avanzados que nos consideremos respecto de los cerdos, lo cierto es que nosotros convertimos el jamón en mierda, mientras que los cerdos convierten la mierda en jamón. 

-No deja de ser sorprendente la gran cantidad de personas que se acuerdan de tomar las pastillas para la memoria. 

-Santa Claus le pide sus regalos por carta a los Reyes Magos. 

-Los sospechosos tendrían que probarse los trajes con los brazos en alto. 

-Muchos de nosotros, por desgracia, solo somos la pesadilla de la mujer con la que soñamos. 

-Las chicas de moda salen en el Hola; las mujeres importantes, salen en los sellos; el resto lo normal es que solo salgan en las esquelas. 

-A mí Sofía Loren me gustaría más si las tetas no le tapasen el pecho. 

-Que un matrimonio dure diez años puede ser amor; que dure más, podría considerarse ensañamiento. 

-Los ejércitos pacifistas tendrían que atacar al enemigo bombardeándolo con la ayuda humanitaria. 

-Si no te atreves a decirle algo subido de tono a una mujer, jamás sabrás por qué te dio aquella bofetada. 

-Si tu mujer te engaña con otro hombre, consuélate pensando que también a él lo engaña contigo. 

-A la mirada de una mujer fatal el cirujano plástico puede suprimirle las ojeras pero sería incapaz de quitarle los remordimientos. 

-Como se han puesto las cosas del ecologismo, ahora mismo la Crucifixión de Cristo se consideraría impacto ambiental. 

-Cuando la oratoria se mezcla con el sexo, se suele denominar felación. 

-De niño, quería ser mayor a toda costa; ahora, sencillamente, no puedo evitarlo. 

-Por mucha experiencia que acumules en tu vida, no te librarás de la jodida novatada de la muerte. 


-El beso de una mujer hermosa es el sitio más pequeño en el que a un hombre no le importaría perderse para siempre.