domingo, 14 de diciembre de 2014

Bragas de alpaca - José Luis Alvite

Bragas de alpaca - José Luis Alvite

Dice Luís Tosar que se ha cansado de ser un "actor social" y que no le importa abrirse a nuevas posibilidades, aceptando incluso que le paguen en dólares un papel sin carga ideológica en Corrupción en Miami, algo que antes habría considerado una claudicación ante los depredadores y ominosos contables del Imperio, un simple soborno, algo inconfesable que sólo podría tener la disculpa de haber caído estúpidamente en una tentación de la que tendría que comprometerse a salir convenientemente escarmentado. No es nada nuevo. Otros le precedieron con decisiones parecidas. Javier Bardem depuso su odio a Hollywood cuando los reaccionarios académicos de Bell Air le invitaron a participar en la gala de los Oscar como aspirante a premio y ahora trabaja a las órdenes de Milos Forman, que rueda sus películas en dólares. Todavía late en el aire la hipocresía nacionalista de Isabel Coixet, que hace películas españolas con protagonistas norteamericanos a los que se ve "obligada" a doblar al castellano, algo que tantas veces se apresuró de repudiar cuando lo hacían otros. Uno ya no tiene edad para creer que reclutase a Tim Robbins por un puro e higiénico ejercicio de afinidad ideológica, sino con la natural esperanza de que el prestigio del actor estadounidense le ablandase la tradicional resistencia de las taquillas de Nuevas York, de Chicago o de Los Ángeles al cine de habla no inglesa. Amenábar lo había hecho antes con el rodaje de Los otros y nadie dijo nada porque al público español, de la posible tesis de su película lo que de verdad le importaba a priori era lo cachonda que sale Nicole Kidman incluso arropada en la penumbra con la luz de una vela. Nadie le hizo la menor objeción al bueno de Amenábar. Actuó a su aire, siguiendo sus propias convicciones, pendiente exclusivamente de la calidad del trabajo, ajeno al peso de ese irrespirable nacionalismo español tan en boga en nuestro cine. Recuerdo haber repetido en dos ocasiones el visionado de Te doy mis ojos para disfrutar de la fuerza y de la convicción que le infunden a su personaje Luís Tosar, un intérprete al que confieso haber repudiado un poco a la ligera, seguramente porque me resulta insoportable esa dejadez instrumentalista de tantos de nuestro actores cuando se prestan a mezclar el altruista lenguaje del cine con el interesado idioma de las pancartas. Supongo que es ese el motivo para que Tosar proclame su hastío y se decida a dar un paso lejos de aquí, como lo dio en su día Antonio Banderas para no ser víctima de ese costumbrismo almodovariano que lo convierte todo en semen y batas de cola. Tosar es un actor maduro con la valiosa mirada cinematográfica de alguien que se guardase rencor a sí mismo. El mercado norteamericano es duro, competitivo, casi cruel, pero en Hollywood manda el dinero, y el dinero, muchacho, el dinero es una cosa ciega y sin banderas que sabe que los dividendos no se consiguen de las ideologías, sino de las ideas. Alatriste va a llenar los cines con una historia rebosante de violencia y de emociones, un asunto de soldados, arrogancia y amargura que sale a competir en taquilla sin un solo céntimo de subvención oficial, sin más apoyo que el talento de Pérez Reverte, la sensibilidad del director Agustín Díaz Yanes y con la certeza de que a una idea nada le sienta peor que su conversión en doctrina. Ayer encontraron muerto a Glenn Ford en su rancho de Beverly Hills. Rodó cerca de noventa películas y le dio a Rita Hayworth en Gilda una de esas bofetadas que los amigos de Tosar habrían censurado como "violencia de género". En El tren de las 3.10 estuvo memorable como vaquero, un papel que le encumbró en la década de los cincuenta, cuando a nadie le importaba que John Wayne, Jimmy Stewart o Alan Ladd tuviesen la misma ideología que sus caballos. Avala a Luís Tosar el aspecto recio y contenido de los tipos duros de antes y creo que habría sacado adelante cualquiera de aquellos papeles tan masculinos y tan encantadoramente maniqueos en los que las frases eran del mismo marfil del que estaban hechos los dientes de Carrol Baker y los besos de Burt Lancaster. Hace bien Tosar en poner los pies al otro lado del mar. De quedarse aquí, enfrascado en este cine gremialista y palanganero, sólo le permitirían imitar la bofetada de Glenn Ford en el rostro almodovariano de una señora con la mirada estrógena y sodomita de Miguel Bosé. Reconozco mi error. Fue injusto con él. Ahora sólo falta que tenga suerte y que triunfe en Hollywood, un sitio en el que cada vez que se equivocan, ruedan Casablanca o Cayo Largo, dos de esas películas que salieron bien porque a nadie se le pasó por la cabeza la estúpida idea de hacer el casting en las ocho primeras filas de una manifestación atestada de marxistas con delantal y escoltada por un piquete de señoras con las bragas de alpaca y con los huevos sudados... ..

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