domingo, 14 de diciembre de 2014

Groucho Marx y sus muñecos - José Luis Alvit

Groucho Marx y sus muñecos - José Luis Alvite

en un programa de "La Quatro" la polémica Ley de Igualdad y Ana Siñeriz, Vicky Martín Berrocal, Paola Dominguín y otra mujer que no acierto a identificar, reclamaban le elevación del porcentaje de mujeres en los puestos decisorios en el transcurso de una tertulia en la que el único hombre era Boris Izaguirre, cuya homosexualidad en cierto modo le convertía neutral en bisagra de género. Pienso yo que si se aplicase una ley de igualdad, en el programa tendrían que sustituir a dos de las mujeres por otros tantos hombres, dejando a Boris en una ecuánime situación arbitral. Una de ellas se quejaba de que con frecuencia a las mujeres se las utilice como floreros, pero lo hacía luciendo un hermoso escote que dudo mucho que fuese del gusto de Dolores Ibarruri, que reivindicaba la condición femenina sin hacer alardes de vedette, convencida de que el talento se produce con independencia de la lencería fina y de la ropa ceñida. Estas cosas no está bien decirlas pero creo que Ana Siñeriz tendría poco futuro en televisión si probase a vestirse ante las cámaras con la ropa de Lola Gaos, aquella actriz progresista e inteligente que servía para Buñuel porque no daba bien en los almanaques de los camiones. No hay en los programas de televisión un solo estrellato femenino que no esté basado en la pura apariencia física, excepción hecha de Mercedes Milá, cuya belleza es siniestro total. En una de las cadenas privadas la información meteorológica la da una chica carnal y excitante que de paso que te cuenta las isobaras es como si te fuese a enseñar su alcoba. Lo cierto es que del mapa me entero cuando el realizador prescinde de la presencia de la chica, cuyas curvas, por cierto, se ciernen todo el rato como un agradable microclima sobre las Islas Baleares. En La Primera de TVE la información del tiempo es más exhaustiva e igualmente fiable, pero la da un señor que parece urólogo, así que la gente se para más en la chica de la competencia, que te anuncia la borrasca, el calor sofocante y la gota fría como si te diese una cita. Obviamente a las feministas no les gusta que salgan por la tele mujeres hermosas y atractivas que al mismo tiempo que resultan artísticas, tiran del "share", que es como una erección estadística de la audiencia. No está bien vista la belleza como aliciente profesional, a pesar de lo cual incluso la vicepresidenta del Gobierno se viste para el "Vogue" con ese vago toque sexual de mujer culta y liberada a la que puedes imaginar buscando la farmacia de guardia en el Boletín Oficial del Estado para comprarse un ecléctico diafragma de Sargadelos. Es bueno velar por la igualdad del hombre y de la mujer pero no hay que cegarse con los porcentajes porque puede ocurrir que en determinadas circunstancias sea preciso disponer de más mujeres, o de menos, según se trate. Ha de primar la preparación por encima de cualquier tentación algebraica, evitando la dichosa obcecación, que nos puede conducir a prohibir ciertas lecturas porque, por ejemplo, en "Los hermanos Karamazov" Dostoievski no respeta los porcentajes y solo salen hombres en el árbol genealógico central de su formidable novela. Algunos sectores del feminismo podrían proponer también que al cuarteto de Los Hermanos Marx se le haga un retoque de montaje para incorporar a Loles León, a Rosa Maria Sardá y a Maricarmen con su laboralista "adeene" de marionetas, con lo cual, seguramente en el futuro de hablará de Groucho Marx y sus Muñecos. De vez en cuando escuchamos a algún hombre proclamar su lado femenino y su instinto maternal, mientras abomina de su asquerosa condición masculina. Yo encuentro positivo que los varones traten de destapar su lado más tierno, pero no entiendo la razón por la cual algunos hombres asisten a los partos de sus mujeres y se comportan como si ellas pusiesen los dolores y ellos, tan sensibles, colaborasen rompiendo aguas. Todos tenemos un lado femenino. Es algo que lleva más de un siglo asentado como una verdad científica. Otra cosa es que nuestro sistema emocional y bioquímico sea idéntico al de las mujeres. Personalmente me involucré mucho en el nacimiento de mis dos últimos hijos, pero a la hora de la verdad la comadrona me rogó que me ausentase a fumar. Si me guiase por cierto sector del feminismo, tendría ahora graves remordimientos de conciencia. Por suerte, me sobrepuse. Pude haber sido más decidido en las circunstancias de ambos partos, pero tampoco estuve nada mal. Me interesa la función emocional de mi lado femenino, pero reconozco que me cuesta dilatar... A estas alturas de mi vida me consuelo con la idea de que podré sobreponerse a la idea de que la feminidad es un privilegio y la masculinidad no es más que un castigo. En mi familia fuimos tres hijos varones y no recuerdo que mi madre dudase entre cortarle la cabeza al pollo o a uno de nosotros. Se conformó con aquella democrática superioridad numérica del sexo masculino. Su veinte por ciento de cuota fue un ejemplo para el resto. Trabajó toda su vida y nos enseñó que la igualdad entre el hombre y la mujer consiste en que todos seamos idénticos en derechos, aunque hayamos de reconocer que si todos fuésemos exactamente iguales, procrearíamos de espaldas. El caso es que yo acepto la cuota femenina con la esperanza de que mi chica ponga de su parte el 50 por ciento de la energía que se necesita para cambiarle la rueda al coche.
Naturalmente, me preocupa mucho más la creciente sensación de que en una colisión de coches, la conductora del otro vehículo consiga la simpatía de un juez que me envíe a la cárcel por considerar que según la moda legal, el choque de mi coche contra el coche de una mujer constituye acoso sexual. Por eso en los nuevos matrimonios, además de separación de bienes, será interesante pactar separación de camas. Para que no haya malos entendidos, lo mejor será que tu abogado, amigo mío, se acueste con su abogada. Porque no tardaremos en caer en la cuenta de que la familia es una enfermedad de transmisión sexual.

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