miércoles, 17 de diciembre de 2014

La rueda de repuesto - José Luis Alvite

La rueda de repuesto - José Luis Alvite
Yo no estoy muy seguro de que el agnosticismo sea una conquista del pensamiento y que la fe, por el contrario, sea la consecuencia de un instinto o la secuela de cierta indigencia intelectual. Lo que me parece indiscutible es que las personas con fe religiosa viven con un sentido de la resignación más desarrollado y soportan mejor las adversidades, incluida la horrible adversidad del dolor. Si se emplea en la elucubración y en las fascinaciones, la inteligencia es sin duda un recurso creativo de primer orden, tanto como lo es cuando se aplica a la pesquisa científica. Empleada en la discusión cartesiana de la fe, la inteligencia puede producir resultados tan devastadores como sin duda lo es el agnosticismo, esa angustiosa sensación de soledad cósmica que en muchos seres humanos conduce a tormentos psicológicos insoportables y a remordimientos difíciles de controlar. El creyente sabe que la vida es un viaje complicado que ha de hacerse por una carretera en pésimo estado y lo afronta convencido de que la fe es su caja de herramientas por si surge alguna avería. No es ese el caso del agnóstico, que hace el mismo viaje y comparte la carretera sin tener la seguridad de llevar la rueda de repuesto en el maletero del coche. Desde las filas del agnosticismo se critica con dureza la pasividad del creyente, al que se considera un ser inapetente y melancólico que prefiere sucumbir con resignación a la injusticia antes que comprometerse en cualquier lucha que requiera cierta agresividad. Luego resulta que tampoco el escéptico es decidido, ni fajador, y que, si bien se mira, el uno y el otro, el hombre de fe y el agnóstico, son en cierto modo cobardes; el devoto, porque cree que en definitiva su destino está en manos de Dios, y el agnóstico, porque en su sofisticado escepticismo cree que al final tendrá que echar mano de la fe cuando el oncólogo ya no le vea remedio a sus problemas de colon. Aunque se dice que Dios prospera sólo donde aún no ha entrado la ciencia, lo cierto es que incluso los ateos recalcitrantes saben que hay momentos de la vida en los que lo que ya no se nos arregla en la farmacia sólo hay alguna remota posibilidad de que se nos resuelva en la iglesia. A lo mejor resulta que en ese viaje vital por la carretera en mal estado, Dios es la rueda de repuesto de los agnósticos en el momento en el que ya no sirve de nada la quimioterapia.

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