martes, 16 de diciembre de 2014

Doctrina con degüello - José Luis Alvite

Doctrina con degüello - José Luis Alvite
Por mi condición de agnóstico e iconoclasta tendría algún sentido que me alinease con quienes asisten con indiferencia a la vista del Papa a Compostela y a Barcelona. Habría hecho lo mismo si esa visita fuese la de un jefe de Estado por el que no sintiese especial simpatía. A pesar de lo mal vista que está, la indiferencia es una manera de opinar como otra cualquiera y las mujeres la ejercen con una sutileza extraordinaria cuando quieren manifestar con elegancia su desprecio por un hombre sin confesarlo abiertamente. Sin embargo, la visita del Papa no me es del todo indiferente. Aunque Compostela es una marca acreditada en buena parte del mundo, la presencia papal supone un derroche publicitario de primer orden, con una proyección muy por encima de cualquier otro esfuerzo institucional que se haya hecho para proyectar la realidad jacobea fuera de nuestras fronteras. Aunque dude de la existencia de Dios y considere simple espectáculo la visita de su vicario en la Tierra, lo cierto es que la presencia de Su Santidad constituye un bombazo mediático, un derroche de propaganda, algo que en condiciones normales se le habría encomendado con mucho menos éxito a la Vuelta Ciclista a España. ¿A quién ofende la visita del Papa Benedicto? ¿No les basta a sus detractores con demostrarle indiferencia a alguien que no representa una ofensiva industrial, una agresión bacteriana o una amenaza militar? A mí se me ocurre que todos esos esfuerzos reprobatorios podrían emplearlos sus promotores en condenar a quieres en nombre del islam masacran a sus ciudadanos o invaden a otros países. Mi condición de agnóstico me exime de cualquier admiración doctrinal, pero no sería sincero si no reconociese que la del Papa me parece la simple representación de una religión en la que al menos la muerte ya no se considera un castigo ejemplar. Cuando su Santidad se haya ido de Compostela, la ciudad recobrará su deliciosa y cosmopolita rutina, los restaurantes echarán sus cuentas y quienes somos indiferentes a la manera que yo lo soy, pensaremos que el Papa es un señor con mucho gancho publicitario que mueve más gente que la la Fórmula Uno y viaja predicando el ayuno y el sexo sin placer, que es como recomendar el hambre sin apetito. No es algo que me entusiasme, pero menos gracia me hacen los ulemas del islam fundamentalista, que no se inmutan al pregonar una doctrina en la que a los detractores no se les priva del paraíso ni se les amenaza con el dolor eterno, sino que, lisa y llanamente, se les degüella. Claro que a lo mejor a los detractores del Papa lo que hagan los fundamentalistas islámicos con esa aterradora mezcla de doctrina y barbería les parece un simple problema de estilismo.

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