martes, 16 de diciembre de 2014

Viento en la boca - José Luis Alvite

Viento en la boca - José Luis Alvite
Supongo que ocurre con la felicidad lo mismo que con la salud, que sólo se sabe en qué consiste cuando se echa de menos. Una persona que se ha pasado la vida enferma se considera feliz si al despertar por la mañana echa de menos uno cualquiera de los dolores que tanto le hicieron sufrir de madrugada. Mi idea de la felicidad se parece un poco a la del soldado que se alegra de saber que no es el suyo el cadáver que yace a su lado en la trinchera. Atravieso un mal momento desde hace una temporada y me cuesta identificar los motivos por los que sé que me voy hundiendo. Ni siquiera soy capaz de pensar sobre ello porque me preocupa averiguarlo y tener la certeza de que tal vez no pueda ponerle remedio. Tampoco acertaría a explicar exactamente lo que siento. A una amiga le dije ayer que era como si el puto viento me devolviese la voz a la boca y me impidiese explicarme, como le ocurriría al perro que al presentir la muerte de su amo se encontrase con que el pánico le aborta el ladrido en la garganta. ¿Se puede ser feliz con un dolor, con una angustia, con una deuda, durmiendo en una cama con las hechuras de tu féretro? Claro, se pude ser feliz de cualquier modo, mismo si al diagnosticarte un cáncer de páncreas el oncólogo te recomienda que lo utilices como excusa razonable para que llames a casa y avises de que llegarás demasiado tarde. Mi abuela materna agonizó en casa de mis padres cuando yo tenía apenas cuatro años. Era demasiado niño para entender muy bien lo que aquello significaba, pero recuerdo que aquella fatalidad fue el motivo para que mi madre hiciese sus sopas de gallina más exquisitas y para que el pasillo de casa se llenase de visitas que carraspeaban como un orfeón. La muerte no era una buena noticia, pero a mí me olía a sopa y no me habría importado sorber los fideos en los labios de la anciana moribunda. Ahora sé que a los cuatro años la muerte era una noticia feliz, algo inesperado que traía gente a casa y urdía en la cocina el santificante olor de la sopa. Ahora sé también que la vida es más complicada y que la felicidad no consiste exactamente en la ausencia de dolor. No importa. Hay conocimientos que más vale ignorar. Por eso aún creo que la felicidad consiste en descubrir lo bien que besan las chicas ciegas cuando cierran los ojos y lo bien que pronuncia el fugitivo la sed con su cicatrizada boca sin saliva.

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