viernes, 12 de diciembre de 2014

Carmina, un cadáver desplegable - José Luis Alvite

Carmina, un cadáver desplegable - José Luis Alvite

Por descontado que la frase no se ajusta literalmente a la muerte de Carmina Ordóñez, pero nada más escuchar la mala noticia, se me vino a la cabeza lo que se me ocurrió espontáneamente hace años mientras dos policías registraban el cadáver de una fulana: "Creo que es la primera vez que no se acuesta por dinero". Naturalmente, la vida de Carmina no es menos respetable que la mía, pero con motivo de su fallecimiento, sinceramente no puedo evitar la reflexión de que si su biografía hubiese sido editada en un libro, sería una de esas cosas que puedes hojear sin gafas en la peluquería. Quiero decir que estamos ante el doloroso cadáver de un ser humano sobrevalorado como alimento informativo en la despreciable dietética del periodismo rosa y que sus restos no engrosarán la Historia, a no ser que en nuestra decadencia estética y cultural caigamos en la tentación de imprimir su cadáver en un desplegable de la Biblia. Que sin duda podría ocurrir en un país en el que muchos periodistas desaprensivos y costillas empiezan a tener problemas para distinguir entre El Prado y el "Hola", entre Tiziano y Coto Matamoros. Ayer los informativos descartaron la muerte del compositor Jerry Goldsmith y eso me hizo pensar que su fallecimiento no hubiese pasado inadvertido en las redacciones de televisión si en vez de dedicarse a la música, Jerry hubiese tenido un lío de faldas con Carmina Ordóñez, alguien cuyo dilema cultural fue elegir entre Sunsilk y L´Oreal. ¿Y qué decir de la muerte de Antonio Gades? ¿Qué pensar de un país en el que dos generaciones enteras sólo saben de él que fue marido de Marujita Díaz porque nunca les contaron que en realidad fue un genio que adelgazó los pies bailando hasta manchar de sangre las suelas de sus zapatos? Las cenizas de Gades se han ido a Cuba y muchos, ¡Dios Santo!, se lo tomarán tan a la ligera como si únicamente se nos hubiese ido de las manos un tarro con café soluble. En alguna parte escuché ayer que comparaban a Carmina con Marilyn Monroe a propósito de la inocente frivolidad de ambas. No hará falta advertir que Marilyn demostró su talento en el cine y podemos evocar su soledad interior en esas escenas de "Vidas rebeldes" en las que a sus ojos acude a vidriarse, como una puesta de sol reflejada en una palangana, la trágica luz del testamento. Lo de Carmina fue sustancialmente distinto, aunque todos los difuntos tengan la misma dimensión forense. Carmina se casó con Ernesto Neyra, un tipo que baila como si pisase cemento fresco. Marilyn cautivó a un inmenso escritor. Y su vida quedaría culturalmente justificada aunque sólo fuese por haber sido capaz de incluir una ducha en la biblioteca de Arthur Miller.

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