lunes, 15 de diciembre de 2014

Una puerta con "caddy" - José Luis Alvite

Una puerta con "caddy" - José Luis Alvite 

Apurarse mucho y descomponer por ello la figura, no es elegante. Tampoco resulta elegante que te tiren los trajes en la sisa o que te hagan ruido de oboe las narices al sonarte los mocos, como no es en absoluto elegante que una disculpa sea más larga que la impertinencia que la causa. Hay una elegancia moral, que sale de la caligrafía, como ocurre con Antonio Machado, y una elegancia genealógica y estética, como la de José Luis de Vilallonga, que viene con la placenta y se redondea luego con dinero en una buena sastrería. La liquidez influye mucho a la hora de procurarse una apariencia elegante, pero no lo es todo. Al mafioso Capone no le cerraban las manos con tanto dinero como amasaba con ellas, pero jamás fue un tipo elegante, porque es obvio que no puede ser elegante un hombre en cuyas frases el argumento más contundente suele ser un bate de béisbol. Sudar es una cosa deportiva y vitalista, la palmaria demostración del esfuerzo físico, del calor o del miedo, pero tampoco el sudor resulta elegante. En cuanto a la liquidez de la que hablaba más arriba, incluso resulta contraproducente cuando el tipo que presume de elegante alborota el corrillo de las copas para adelantarse a saldar la factura. Un tipo verdaderamente elegante no sólo no forcejea para pagar la ronda, sino que incluso se contiene para no caer en la vulgaridad de la ostentación. Mi amigo C.C., que es sin duda un hombre elegante, no sólo evade con su ascetismo de rico el momento de pagar la cuenta, sino que consigue que sus acompañantes sientan el voluptuoso placer de pelear por invitarlo. Naturalmente, mi admirado C.C. se conduce en la vida con un aplomado dominio de cualquier situación y jamás denota un estado de ánimo extremo, ni para bien, ni para mal, como si nada de lo que ocurre a su alrededor le concerniese. Será por eso que tampoco suda. C.C. se prueba las camisas en ese estado de relajada indiferencia con el que suele comportarse siempre. Supongo que si desiste de pagar las copas es porque las sisas le tirarían al estirar el brazo de los pagos. Por otra parte, no es en modo alguno un simple hombre con liquidez, ni un rico del montón que vaya por ahí sobrado de escandalosos gestos monetarios, nada de eso; mi amigo C.C., como es ecléctico y elegante, lo que tiene no es liquidez, sino "cash flow", algo que en otro hombre con menos clase, en vez de dinero, parecería una enfermedad del pecho. Si C.C. jugase al golf, la dichosa bola se la metería en el jodido hoyo con sus dientes el aristotélico y elegante perro con el que, si además fuese cazador, enseñaría a volar a las polvorientas perdices del trigo. Yo creo que si se pusiese malito, a C.C. las placas de tórax se las haría el sastre que le prueba las banderas al mástil magro y desalado de la Santa Sede. Hay en los tipos elegantes algo trascendente y misterioso que los vuelve inmunes a la vulgaridad ambiental. Tienen a su favor una especie de aura incólume, una belleza intangible que siempre resulta ilesa ocurra lo que ocurra, de modo que si les cae a la salsa del plato la miga de pan que pretendían mojar, la mancha de la salpicadura acabará con toda seguridad en la camisa de cualquier comensal, pero jamás en la suya, que sólo admitiría excepcionalmente la exquisita mancha documental de Fred Perrys. Lo sé gracias a mi familiaridad con C.C., que cada vez que rompe con una señora, él se vuelve soltero y ella se convierte en viuda. Por eso cuando se pasa de copas y tiene dificultades para dar con la puerta camino de la calle, uno tiene siempre la sensación de que en estos casos, lo que necesita "El Corzo" no es un portero, maldita sea, sino un "caddy". 

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