domingo, 30 de noviembre de 2014

Rostro sin espuma - José Luis Alvite

Rostro sin espuma - José Luis Alvite

De aquella carta que ella jamás me remitió: «En estos pocos días ha pasado demasiado tiempo y has dejado de interesarme porque ya no eres el hombre que decían que no me convenía, el que juraba que la lluvia era agua en pelotas. Ahora sé que jamás me llevarás contigo a comprobar que en Los Angeles las calles son tan anchas que la acera de enfrente está en otra ciudad. Y también sé que si continua sea tu lado, seríamos como esas parejas estancadas en cuyos relojes son tres días seguidos las seis de la tarde, ese horrible momento del día en el que huelen como el cementerio las escuelas. ¿Qué puedo esperar de ti? ¿Una novela inacabada en la que cada página nueva sea justo lo que necesite para prender el fuego con el que arder la pagina anterior?¿Uno de esos hogares medicinales en el que te espere con tres horquillas en el pelo y un bizcocho de urea en el horno? No era eso lo que me decían que podía esperar de ti. Fue un error que te enamorases. Habría preferido que fueses el hombre poco recomendable del que me advertían mis amigas, el tipo amoral y desordenado que tuviese en el rostro el mismo dibujo que en las ruedas del coche, el que supuse que eras la noche en la que nos conocimos y prometiste que me harías feliz con las mismas cosas que me causasen dolor, como cuando de muchacha soñaba relacionarme con uno de esos tipos penitenciarios y rudos que descuartizan el agua al asearse, alguien de quien pudiese contar que pasé la noche con un hombre en cuyo rostro Dios era un fulano y jamás hacía espuma el jabón. Lo dejo antes de que por culpa de la rutina nos quedemos sin remordimientos y nos llenemos de efemérides.Eras mejor cuando el tipo que me interesaba no se parecía nada al hombre que me convenía».

Artie Stanton - José Luis Alvite

Artie Stanton - José Luis Alvite

Espalda de matrimonio y un par de manos que parecían equipaje, eso era a simple vista Artie Stanton, un tipo de dos en fondo que había amasado una fortuna contándolesu vida entre las piernas a las señoras que acudían a desovar sus cálculos renales enlos balnearios entre Savanah y Charleston. La simétrica geometría de su rostro poseíaesa belleza capicúa de los elegidos. "Artie era un dios a escote", escribió Chester Newman en el 'Clarion'.
 Sus entradas de madrugada en el 'Savoy' resultaban inconfundibles: "¡Qué hay, Nic!,escucho por ahí que tu esposa me es infiel contigo", "¡Más ánimo, Joe, ese saxo suena como una rueda pinchada", "Hola, Terry, encanto ¿sigues imitando a Sammy Davis Jr. con la vagina?", "Laurie, querida, tengo entendido que tu sonrisa vuelve a parecer ropa interior", "No me llena el claquetista nuevo, Ernie; dicen que se lava los pies con ginebra" Luego se sentaba a cenar a nuestra mesa y acudía el camarero: "Lo dejo en tus manos, Charlie: cualquier cosa más tierna que el plato". Un matón vigilaba en el guardarropa el gabán de Artie ¡El gabán de Artie! Se decía que el gabán de aquel fulano era uno de los diez tipos más deseados del país.
Sólo Artie tenía más éxito con las chicas que aquel abrigo. En su mejor año pasaron tantasmujeres por su cama en el Chelsea, que una cicatriz en la ingle de Artie Stanton fue el 'best-seller' del 73. Un año más tarde estaba muerto. Cuatro tipos le tirotearon a la salida del 'Savoy'. Había tanto plomo en su cuerpo, que le hicieron laautopsia con una báscula. Su sepelio fue un éxito social. En el velatorio me dijo Terry Shelton que hubo un instante en que no supo si rezar por el difunto o tirarle los tejos.Al acabar el apasionado desfile de las chicas alrededor del féretro, Ernie y yo retiramos de las manos del cadáver quince citas para lo que restaba de mes.

Tipos - José Luis Alvite

Tipos - José Luis Alvite

Al escuálido Giácomo Fidanza, el traje le sentaba como una carpeta. Su rostro era hielo encuadernado. Años atrás, un cirujano amigo de Ernie le había reparado la mandíbulareforzándosela con el tirador de un féretro ¡Dios santo!, la mirada de aquel tipo te echaba diez años encima. Los días de tórrido calor en el cereal verano de la ciudad, Giácomo Fidanza sudaba resina. Apenas se inmutaba. Alguien como él se tomaría tres disparos en el vientre como un cumplido. Fue Lorraine Webster quien me dijo una madrugada: "No me gusta ese tipo, Al. No me infunden confianza los tipos cuya sonrisaes como si le tirasen los puntos de fimosis".Cuando le conocí, Giácomo Fidanza alternaba en el 'Savoy' con Jeff Marauder y con Rebeca Labelle, una ex actriz que arrastraba del cine mudo la desagradable costumbre de sorber las frases con los mocos. Jeff era treinta años más joven que Rebeca, pero le ayudaba a derrochar las sobras de su fortuna dándole a cambio unos cuantosrevolcones en los que se sentía "como si estuviese profanando el Cementerio Nacional de Arlington". ¡Jeff Marauder! Presumía de escritor cinematográfico, pero en realidad sólo había hecho incursiones en un par de películas sucias en las que el actor principal era un pene. El tipo venido de la costa nos dijo que la mayor proeza literaria de Jeff Marauder había sido escribirle los jadeos a José d'Alessandro para una película de Paul Morrisey.La última vez que estuvieron Rebeca y Jeff en el 'Savoy', cenaron a nuestra mesa con Harry Pallantine, un tipo tan poco memorable que los camareros intentaban cobrarle cuatro veces la misma cuenta. Aquella madrugada, Harry le dijo a Rebeca: "Me gustaría saber tu secreto para conservarte tan vieja, nena". Ella guardó silencio. Harry era demasiado gris como para reparar en él. En Harry Pallantine, incluso la calva parecía postiza.

Dos baladas - José Luis Alvite

Dos baladas - José Luis Alvite

Sé que no voy sobrado de tiempo, y que si quiero dejar algo para la posteridad, habré de renunciar a escribir mis obras completas con una máquina de coser. En el 'Savoy', muchas madrugadas soñé ganar el 'Planeta' si el 'Planeta' fuese tóxico y si los otros aspirantes escribiesen con un tiro en la sien. ¡A la mierda la gloria! A estas alturas de la vida, uno ya sólo hace planes para el pasado. Aguanto madrugadas enteras sin ir a la cama, y en el mórbido éxtasis del agotamiento juraría que incluso veo doble la oscuridad. ¿Y qué importa? A fin de cuentas, uno empieza a convencerse de que lo mejor que puede hacer en la vida es comprarse unas gafas de cerca con las que buscar las gafas de lejos y mirar al otro lado del río el miriñaque de los rascacielos en la varicela de la noche encendida. La vida sólo puede ir a peor, y así las cosas, muchacho, es un consuelo recordar que la cumbre de tu fotogenia la alcanzaste a los doce años y que aquella luz en tu rostro no era el talento, la premonición o la santidad, sino una mata de lombrices. ¡Qué cosas tiene la luminotecnia del ser humano! Aquella luz de los doce años sólo la vas a encontrar otra vez en tu faz cuando descubras que ha empezado a tirar en tus ojos la tiza de la muerte, y que en tu rostro lo único que grama no es la señorial elegancia de la madurez, sino el demacrado crustáceo de la quimioterapia, el hule con el que llega calladito el viático. Y entonces recordarás lo idiota que fuiste diciéndole a una mujer las frases que habías pensado para otra. Así son las cosas, amigo: le hiciste al oído cuatro párrafos a la única mujer del mundo que lo único que esperaba de ti era una pulsera y un 'martini' haciendo tiempo en Tiffany's.
Una noche te sacará la lluvia en una curva. Y con un poco de suerte, muchacho, el macramé del frenazo dejará sin firma en el asfalto la letra de dos baladas.

El Holocausto - José Luis Alvite

El Holocausto - José Luis Alvite

No conviene dejarse llevar por el pesimismo. Una vez que lo hice acabé en el diván del siquiatra comiendo turrón de ansiolíticos. Juraría que fueron los días más terribles de mi existencia. Quería recuperar mis ilusiones pero no podía. Mi sueño recurrente era soñar que era insomne. No le veía sentido a mi vida. Revisados ahora, mis textos de entonces parecen escritos con el bombo de la lotería. Estaba desesperado. Me abrumaba la sensación de haberme mudado a un piso que daba al interior de otro piso. Lo más consistente de mi maldita cabeza era la foto del carné. Se me ocurrió pensar que un tipo así sólo podría suicidarse disparándose en la cabeza una bala anticaspa. Leía con la luz de la nevera y bebía leche gris. Una fulana con la que compartí algunos de aquellos días cocinaba a veces para mí y como era muy realista, me decía "cómete eso antes de que cicatrice". Había tanta mierda en la vajilla que un día le sugerí que probásemos a limpiarla con goma de borrar. ¡Joder!, parecía la loza del Holocausto. ¡Buena chica! ¡Excitante mujer! Recuerdo que al andar le blasfemaban las medias en la becerrada de sus muslos. En cama era un soplete. Sudaba guiso de jibia. Por la mañana el catre parecía un accidente de aviación. Me olía a pies la pasta de dientes. No sabría cómo explicarlo pero el caso es que iluminó mi vida en los peores momentos de mi existencia, aunque recuerdo que durante la cena siempre me dio la surrealista sensación de que aspiraba inútilmente a ser una refinada mujer del mundo, una de esas mujeres que fueron a Harvard para aprender que es de mal gusto comer con la boca llena. Fue ella quien una madrugada me dijo: "Tienes que centrarte, cielo. El aire no tiene aceras". Fue como escucharle a Rocío Jurado una copla de Leibniz. No hice caso. La subestimé. Estoy arrepentido. Fui injusto. Creí que el techo cultural de aquella fulana era el almanaque de un chapista. Lo cierto es que su pelo era la librea del aire.

El loco - José Luis Alvite

El loco - José Luis Alvite

Amigo Al: Tanto tiempo después de haber entrado en este maldito manicomio, tengo la trágica sensación de que empiezo a acostumbrarme. Mi organismo se ha hecho resistente a los tratamientos y mi espíritu soporta el ostracismo. Desistí de quitarme la vida. El veneno me engorda y he vencido por fin la tentación de saltar al vacío. He aprendido que la libertad no consiste en correr a lo largo sino en correr por dentro, en ser un atleta interior, un fondista del pensamiento. Estos hijos de perra pueden imponerte el pijama pero no los sueños. Ahora comprendo que soy libre para estarme quieto entre mis propios brazos. Por las noches me entregan todavía una novela terapéutica pero no hago caso, así que los enfermeros acabaron por aceptar que alguien como yo mejora mucho si lee con la luz apagada. Y en cuanto a la autoestima, es otra cosa totalmente relativa, amigo. Antes aspiraba a salir en la primera página de un periódico recogiendo un premio o confesando un asesinato, pero con el tiempo he comprendido que el destino publicitario de algunos hombres es salir en el recibo de la luz. Estos tipos me dieron tantas descargas en estos años, muchacho, que si pudiese flirtear con una señora, tendría que advertirle que lo nuestro no sería formar pareja sino hacer masa. Con el voltaje que me sacuden periódicamente, me siento ligero como un telesilla. Recuerdo que de niño mi madre me insistía en la luz del alma. Con el tiempo descubres que lo que llevas dentro, muchacho, es el contador de la silla eléctrica. ¡Y qué importa! El electricista del manicomio me deja extenuado. Creo que el cansancio es la única cordura que me puedo permitir. También podría morirme para alcanzar la lucidez de la posteridad. Pero la muerte me interesa poco. La muerte sólo sería una buena excusa para llegar tarde al electroshock.

Prensa - José Luis Alvite

Prensa - José Luis Alvite

En la vida los grandes cambios casi nunca son morales, políticos o sociales, sino tecnológicos. De los refrescos lo que cambia con los vaivenes del mercado no es el sabor, ni la fórmula, sino el envase y la publicidad. E igual ocurre con el periodismo, que tendría que consistir en contarle a la gente las cosas que se supone que le ocurren. La gran conquista del marketing periodístico no suele ser el contenido sino el regalo. Algunas cabeceras lo que le ofrecen de ventaja a sus lectoresno es un articulista distinto, original, sino una cubertería o una faja para las hernias. Por eso ahora la prensa, que era un místico producto alado, casi ornitológico, se vende ahora en un formato que nunca le fue muy propio: la bolsa. Seguramente la próxima gran conquista de la prensa no sea un ordenador más rápido, ni un columnismo insospechado, sino las asas para la bolsa. Un periódico en el que estuve algún tiempo lo único que cambió en sus estructuras fue la máquina del café. Muchos lectores desistieron de los contenidos para quedarse con las ofertas. Lo que interesa de algunos periódicos no son sus noticias o sus opiniones, son sus regalos. Cualquier día un avispado editor da la última vuelta de tornillo ofreciendo en el quiosco un periódico y tres cuartos de pollo. Entonces ya no se requerirá formación específica como lector, sino preparación física bastante para llevarse a casa los cien gramos de papel y la sopera. Y la prensa, Dios Santo, se habrá convertido en menaje del hogar.Nos quejamos de que en España se lee poco pero lo que promocionamos por encima de la lectura es el ajuar. Un día de estos la gente acudirá a los quioscos para comprar la leche. Y así las cosas, muchacho, lo que quedará de la vieja prensa no será el hondo sabor de su pensamiento, sus contenidos o el peculiar olor de la tinta no, ni siquiera el residuo de sus heroicos sufrimientos. El editorial del periódico será entonces el código de barras.

La chuleta - José Luis Alvite

La chuleta - José Luis Alvite

Dice Ernie que las mujeres tienen que dar disgustos y que la comida tiene que dejar manchas. El 'Savoy' no se distingue precisamente por una sofisticada carta internacional. También es cierto que la clientela no es la más refinada del mundo y que al paladar de algunos de los muchachos le cuesta distinguir entre una chuleta y una silla de montar. Falta clase, sofisticación, idiomas, en la mesa del club de Ernie Loquasto, pero nadie duda de que el género es de la mejor calidad. Las chuletas del 'Savoy' son grandes y expresivas y con un par de frunces podrías hacerte con ellas un juego de máscaras de Edward G. Robinson. Dice Larry el pianista que en los momentos de más terrible soledad de madrugada en el club, recuerda haber encontrado consuelo en la rotunda carne cocinada por Jake Morandi. "Te quedas mirando aquel pedazo de carne, muchacho, y no sabes si comerla o sincerarte con ella". A Larry, como a los muchachos, lo que le gusta es llevarse a la boca algo denso, sabroso, abundante, que se sepa que estuvo vivo y que tuvo familia. "Ya sabes, Al, una de esas chuletas que tienen parecido con alguien, la carne de siempre, la receta eterna, uno de esos enormes trozos de carne que bien se merecen llevar tu apellido".Ernie detesta las vanguardias. Dice que no hay vanguardia como el pasado, sobretodo a la hora de comer. Una de las veces que cenamos en un sitio de moda, le dijo al maitre: "Muchacho, todo esto está muy bien de color. Pero nosotros estamos anticuados y no solemos masticar pintura, así que, si no te importa, amigo, llévate el tebeo y tráenos para cenar un pedazo de carne al que le quede justa la pamela de Peggy Lee".A Ernie le gustan los matrimonios que empiezan mal y la carne vuelta y vuelta"y esas mujeres crudas a las que miras a la cara y tienes la sensación de haber visto por una vez en la vida un rostro de cuerpo entero".

Samantha Lee - José Luis Alvite

Samantha Lee - José Luis Alvite
  
La noche que la conocí, Ernie me echó una mano. Jamás había cenado algo tan exquisito en el 'Savoy'. En un aparte le pregunté al cocinero qué había hecho para mejorar tanto la calidad del menú. "Nada especial, muchacho: lavé la vajilla". Samantha Lee había estado casada con un fulano al que no le cabía la cabeza en el cráneo. La chica estuvo unos días actuando en el 'Savoy'. No cantaba gran cosa pero sus labios eran muslos. Sonreía como si cruzase las piernas por delante de la garganta. Él se llamaba Jess Mancuso y amañaba combates de boxeo: "Ya sabes, Ernie, con las apuestas 10 a 1 encontra, el tipo asmático de las gafas graduadas tumba en el quinto asalto al gigante al que las orejas le quedan como los tiradores a un féretro". Y eso -el dinero fácil- fue lo que encandiló a Samantha Lee, que de economía sólo sabía que "lo malo del dinero es que sale caro". La noche que la conocí en el 'Savoy' empezaba a aliviar el luto de su vestido. Jess Mancuso había sucumbido en el incendio de su mansión en Staten Island. Un fuego pavoroso lo había quemado todo. Chester Newman escribió en el 'Clarion'. "Los bomberos no recuerdan nada igual. En la mansión de Mancuso incluso se quemó el fuego de la chimenea". Samantha Lee llegó cuando de la casa sólo quedaban los restos humeantes. Aquello era irreconocible. La identificación de su marido sólo fue posible porque, según la Policía, "era el único mueble capaz de sostener un cigarro en la boca". Samantha quedó ligeramente postrada. Luego se cepilló el pelo y pareció más animada. A los bomberos les plantó una denuncia porque le habían puesto pingando la piscina. ¡Samantha Lee! Cuando la conocí le quedaba la voz justa para anunciar su retirada. Y la última noche que cenamos en el 'Savoy', me dijo: "En el fondo fui una estúpida, Al, cariño. Me gasté todo el dinero de Jess Mancuso en pagarle al tipo que me enseñó a contarlo".

Cunas de sangre - José Luis Alvite

Cunas de sangre - José Luis Alvite

¡Dios Santo, Al! De cuando te conocí sólo queda en mi sonrisa el escarmiento cansado de la tuya cuando me dijiste: "Esto se acaba, nena. Ya no queda nada de cuanto nos unía. Anoche comprendí que llevamos semanas durmiendo en cuerpos separados. En tus ojos hace tiempo que no hay carta para mí. Con las llaves de casa he mandado fundir una veleta". Así acabamos. ¡Fue tan breve! La noche que nos presentaron, jugabas al billar al fondo del club. Tus carambolas eran un telegrama de palomas afinadas por el cuco de tus tacadas. A veces cerrabas los ojos y sé que escuchabas en las sienes el dulce ábaco de las bolas aplaudiendo sobre el tapiz como una manada de claqué, como una crucifixión. ¡Dios Santo, Al!, yo era una muchacha de pueblo. Nunca había visto nada igual. Mear con las piernas cruzadas era lo más bajo que había caído nunca. Mi pubis era una muñeca de abedul con las anginas de amianto.El humo arropaba tu rostro. Ernie nos presentó: "No le hagas mucho caso a ese tipo. Dicen que el escape de su coche sabe idiomas". Callaste con una mano por la mitad la habladuría de una carambola. Me miraste a los ojos. La orquesta cambió de asunto. Tus ojos me pusieron el cuerpo en otra hora. Semanas más tarde me había hecho a tu ambiente y me sentía a gusto en el 'Savoy', entre toda aquella gente que le daba las buenas noches a los muertos. Fueron días imborrables. Yo aprendí a bailar en zig-zag y tú te acostumbraste a dormir ocho minutos seguidos sin apoyar la espalda contra la pared. Creí que aquello no acabaría nunca. En tu rostro la cicatriz de aquel balazo me parecía un aforismo. Decían que te desvelaba cerrar los ojos. Me despediste al pie del autobús. Amanecía. Sobrevolaba la bahía un párrafo de gaviotasaltas. Leí tu nota donde de la ciudad quedaba apenas una pandilla de luces. "Es mejor así. No podría sobrevivir en el 'Savoy' una mujer que se arregla mojando en leche su lápiz de ojos". Dicen que a veces en tus carambolas sollozan las palomas.

sábado, 29 de noviembre de 2014

Aire en rama - José Luis Alvite

Aire en rama - José Luis Alvite

A veces, en el 'Savoy', echo de menos París. Estuve hace años con Lorraine y la ciudad casi se nos vuelve un vicio. En el Sena es mediodía a media tarde y juraría que no hay sitio igual y que sólo en París el peluquero te coloca la cabeza frente al espejo y te dice: "¡Voila, monsieur!; si lo desea, puedo dejarle el pelo más largo". Llevaba apenas unos días en la ciudad y aquel tipo me colocó una servilleta alrededor del cuello para afeitarme. Por un instante imaginé al verdugo de la guillotina haciendo lo mismo con el cuello de los desgraciados. ¡París! En París cuesta separar la sangre y la comida. Tienen una extraña calma, esa calma epidural que dan la Historia y un idioma que se morrea. Un tipo me dijo: "No se apure, caballero, aquí cerramos a la hora de abrir". Luego salí a la calle y me fijé en las muchachas. ¡Dios santo!, hablan con el mismo embarazado entusiasmo que si fuesen a escupir en el 'martini' la lengua de Cary Grant. Algo tienen las francesas, no sabría decir qué tienen,muchacho, pero el caso es que sólo a alguien como Jean Seberg podría quedarle bien el peinado de Lee Marvin. Pero nadie tiene a su lado una mujer como ella. He de aceptarlo con resignación: en la vida de una mujer así un tipo como yo sólo podría entrar por su fe de erratas. Tienen algo distinto, un toque especial, ese matiz que les permite convertir en canciones la ginebra y en tafetán el mármol de los cementerios. Esas mujeres tienen el útero a juego con el bolso de mano. Los labios de Juliette Greco eran obscenos y cálidos como fibromas.Nuestro último día en París, los pájaros de Orly eran aire en rama. Se cernía sobre la pista un plomizo cielo de manga larga. Nos sirvió café una amarga mujer que resultaba mayor, trágica y sentimental como si hubiese estado de azafata en el Calvario. Me dijo: "Una no es lo que parece. Pasé años en Pigalle. Fue allí donde aprendí a rezar con la vagina".¡París! Dice Ernie que en París el cáncer de garganta es un dialecto del francés.

Cadáver empedernido - José Luis Alvite

Cadáver empedernido - José Luis Alvite

Como soy un fumador empedernido, no mido la vida por el tiempo sino por los cigarrillos, igual que ajusto mis textos echándole un vistazo a las colillas acumuladas en el cenicero. Si a alguien se le ocurriese calibrar la importancia de mi trabajo, yo le sugiero que en vez de preguntarse cuántas páginas he escrito, se ocupe mejor en averiguar cuántos cigarrillos me he fumado. En mi casa se sabe cuál es la habitación en la que escribo porque aunque estuviese vacía, sería la única en la que fuesen marrones las paredes blancas. Al reincorporarse al trabajo después de su día libre, el barman Tino Landeira sabía por el tabaco de la basuras cuanto tiempo había estado en "El Corzo" la noche anterior, calculando a razón de seis cigarrillos por hora, que es mi velocidad de crucero tragando humo. Algunas mujeres con las que tuve algo que ver jamás me reprochan mi vida discontinua, ni mi falta de insistencia, pero en el momento de romper me advirtieron que el dolor que pudiese haberles causado a su corazón no era nada comparado con las quemaduras que les había dejado en la cama. Mi amigo el actor Pancho Martínez fue colega de copas durante muchos años de madrugada entre el humo del tabaco en los bares de la ciudad. Una mañana nos cruzamos en una calle de Compostela y dudó si saludarme. La mañana estaba limpia de nubes y Pancho me dijo que al no haber humo entre nosotros le costaba reconocerme. Fue un encuentro un poco frío, distante, casi como de dos tipos que se hubiesen equivocado al creer reconocerse. Nos encontramos aquella misma noche en "El Corzo" y nos dimos el abrazo fraternal que nos habíamos negado apenas doce horas antes. A Pancho no le faltaba razón. Si lo has conocido en el fondo del mar, será difícil que identifiques en la calle al buzo que pasea sin su escafandra.
Se me consume el cigarrillo que prendí al empezar este texto y lo acabaré a tiempo de aplastar la colilla en el cenicero. Solo me falta añadir que la última vez que me miré los pulmones en la consulta del médico, el tipo, al saber que era tan fumador, no me dijo "tosa" para afinar en la auscultación. Se limitó a decirme: "Por su tos ya veo que es usted un fumador consumado, de modo que para auscultarle, y sin que sirva de precedente, le pediré que haga un esfuerzo para no toser". Después me presté a unas placas que el médico miró con austera indiferencia y apostilló con un comentario que me llenó de felicidad: "Supongo que lo que hay detrás de esa nube son los pulmones sorprendentemente sanos de un fumador de cinco cajetillas diarias que lleva camino de convertirse en un cadáver empedernido". Fin del artículo. La colilla es ese gusano que apenas asoma por debajo de la firma. Si esperábais algo mejor, será mejor que los busquéis en el humo. 

Fulanas de agua - José Luis Alvite

Fulanas de agua - José Luis Alvite

"Una luz que no desmiente tus ojos y mesa para dos, eso es jazz, muchacho", me dijo Ernie en el 'Savoy' aquella madrugada en la que comprendí que en la primavera de los tipos como nosotros las flores habían muerto cerradas. Cenábamos con Fiona Worley, una vieja cantante de 'blues' en cuyo rostro empezaba a amontonársele el bajo vientre. Fue Fiona quien años antes me había dicho que "la vejez es seguramente el único disparo sin orificio de entrada". "Es natural envejecer. Lo único que tiene remedio son los modales de la edad. Serás feliz si descubres lo elegante que resulta hacer frases de Truman Capote aprovechando que te sube a la boca, como grisú, el flato de tu cadáver". A Fiona Worley los tragos de 'bourbon' le sonaban en la garganta como si mease en una ocarina.
Suave luz amordazada y mesa para dos, esa es la receta de Ernie Loquasto para sobrellevar de madrugada la soledad con los dedos de alguien echando sobre el piano, como estraperlo, dos cucharadas de la sangre pasmada de Oscar Peterson. Aquella madrugada Ernie estuvo especialmente melancólico y me pareció ver en sus ojos el aniñado 'medley' de su lejana juventud y su sangre corriéndole por las venas como un obcecado pájaro de opio. Miró a Fiona y le dijo: "Vamos, nena, no me vengas con historias de tu juventud. A tu edad yo ya era veinte años mayor que tú. Importa poco el tiempo. Si la luz no desmiente tus ojos, incluso parecerá cierto que te conservas como a los doce años, cuando sí que era cierto que te conservabas bien. ¡A la mierda el tiempo! Estuve en la guerra de Europa pero era tan joven que tardé en comprender que el III Reich no eran cuatro maricones nazis con una Lugger en el liguero".Fue una madrugada de poca luz y tres en una mesa para dos. A Fiona le sonaba en los pulmones un popurrí de sangre con piñones. El hielo en las copas se había vuelto lodo y con el viento, las banderas del Waldorf parecían fulanas de agua.

Testamento - José Luis Alvite

Testamento - José Luis Alvite

En los peores momentos de mi vida salí adelante sentado frente a la orquesta del 'Savoy' mientras alguien como Lester Page repasa la lista de mis chicas con la suave doblez del saxo. El camarero sirve mi cena. "No está muy caliente, Al, así que te recomiendo que te comas esto antes de que cicatrice".
¡Condenado Lester! Siempre se las arregla para entornarme los ojos. Fue su saxo el que hace veinte años me ayudó a decirle a Peggy Schultz que estábamos hechos el uno para el otro y que era por nuestros hijos por quien preguntaban mis sueños. Bailamos un buen rato. El saxo de Lester era viento a favor, muchacho, y en la boca de Peggy ocurrió mi boca. Me sentí feliz aquella noche. No necesitaba nada. La tenía a ella entre mis brazos y sabía que mientras sonase el saxo del 'Savoy', sería sólo mía esa media hora de eternidad con la que sueña un hombre cuando está tan cansado que caería de rodillas si se posase una mariposa en el ala de su sombrero. Peggy me transmitía ese extraño fuego que no quema, el fuego del cuerpo, el llevadero calor de la sangre, suave fuego del grifo. "Me siento a gusto, contigo -le dije-, y es como si mi maldito corazón estrenase calzado". ¡Dios!, me hubiese mudado a vivir con ella en el fuelle entre dos vagones de un tren sin ojos.
Anoche no había una rata en el 'Savoy'. Pero estaba Lester Page. Y mientras Ernie hacía caja contando las monedas con una pinza de depilar, recordé a Peggy Schultz. Fue hace veinte años, una noche como la de ayer, aquel día que se despidió de mí y cuando salí a la calle, de ella sólo quedaba en el aire el borrador de su perfume.No volví a saber de ella. Pero la recuerdo cada vez que en el saxo de Lester Page amaina una nota larga y suave que es como si le pasase al humo de mis cigarros el cepillo con el que Peggy Schultz hacía rezar la melena y los poetas sacaban a la calle la basura y el testamento.

La loza de Dios - José Luis Alvite

La loza de Dios - José Luis Alvite

Querido Ernie: Me he instalado en una casita frente al Mar de Arousa. Quería conocer los sitios de los que tanto nos hablaba de madrugada Al en el 'Savoy'. Todo era cierto. Aquí es románico el cielo bajo y a los moribundos les dan a probar la cena hirviendo de los niños. Tenía razón que a veces esto es tan húmedo que las gaviotas salpican como hisopos al volar.No le digas que te he escrito. Siempre le molestó que se interesasen por él. No olvido la noche que le dispararon mientras cantaba Lorraine Webster. No dijo nada. Se tomó el balazo como un cumplido. Pero aquella madrugada que no se fijaba en mí, recuerdo que le vi peinarse con el llanto. Antes de que una ambulancia le llevase al hospital, te dijo: "No es nada, Ernie, muchacho; me he tragado en ayunas la bala del martini, eso es todo".Soy feliz en esta tierra, pero ¿qué quieres que te diga?, a veces echo de menos que huelan a tabaco las flores. Así olían la noche que me despedí de él y me regaló un puñado de rosas que parecían abiertas en una sartén y me dijo: "Te conozco tan bien, Kate, que podría olvidarte de memoria". No comentó nada pero le noté cansado y te lo advertí. Me dio la sensación de que la vida le estaba pasando factura y de que mientras bailaba, se sentía unos cuantos kilos por encima del peso de su estatua. Le sonaba el corazón como un caballo en el fango. Y, sin embargo, conservaba la fluidez de sus modales, aquella fantástica y falsa indolencia de cuando le conocí y cenábais juntos y Al abría las ostras con el ala de su sombrero. ¿Y su sonrisa, Ernie! He visto muchas sonrisas en mi vida pero ninguna como la suya. Al sonreía con aquel amargo rictus y su sonrisa,Dios mío,a su rostro tergiversado por los sueños y los vicios le sentaba como una ganzúa la sonrisa. La última noche que le vi, me pareció que en sus ojos empeoraba el tiempo.Se hace tarde Ernie. Prométeme que cuidarás de Al. Su coche no puede perderse esto.Al atardecer Dios es loza en las campanadas de las iglesias.

viernes, 28 de noviembre de 2014

El 'caddy' - José Luis Alvite'

El 'caddy' - José Luis Alvite'
  
¡Oh, Dios, querida Kate!: Era noviembre en la costa. ¿Recuerdas, vieja amiga?Las mucamas bajaban a la playa a coger camarones con los joyeros de las señoras y al atardecer las langostas salían del agua y podaban los jardines en Hyannis Port.Se recogía en cursiva a barlovento la taiga de los veleros.
En el rostro de Rosse se demacraba lentamente el arrecife de la vejez. En noviembre eran pan de molde las playas y el agua pronunciaba en voz baja el pubis de abedul de las muchachas. ¿Recuerdas, querida Kate? ¿Recuerdas que Pat le añadía 'Chanel' a los rosales? Y tú y yo nos sentábamos al borde de la arena y mirábamos cómo en el cuerpo de las niñas maduraba en diferido la lujuria. Fue una mañana como aquella. En Dallas se escuchó el trote de tres disparos hilados trágicamente como el merodeo de una res sin una pata. Lo dijeron por la radio. Le habían disparado al presidente. En las rocas de Hyannis Port los muchachos rastreaban los delfines con un sedal y una ortodoncia.¡Dallas! Dios Santo, Kate, fue en aquella ciudad, una mañana que veraneó noviembre y Zapruder filmó por el aire aquel 'scat' de tres disparos que sonaron en el coche de JFK como un aplauso en obras.
Al presidente el cráneo le quedó en ayunas. Una bala le había reventado la cabeza. Sevio al trasluz de la luminosa mañana de Dallas la angorina roja de la muerte revoloteando sobre el coche de JFK. La comitiva corrió a Fort Worth. En el hospital Parckland el presidente respiraba esparadrapo y azabache. Luego detuvieron a un tal Oswald, un muchacho corriente, una errata, un tipo de la traída.El cadáver del presidente voló a Washington en una esquela. Y ahora sólo sabemos que en la elegante colina de Arlington es suya la suave sepultura con 'caddy'.

El gato - José Luis Alvite

El gato - José Luis Alvite
  
Puedo vivir con poco. Me sé el Padrenuestro con baches pero a veces por las noches en la carretera se me escapa y rezo para que mis ojos no duren menos que las flores. En ocasiones para sentirme acompañado me echo a oscuras a la Autopista del Atlántico y corro a cántaros debajo de los aviones. Cuando me siento muy solo, más solo que otras veces, malgasto mi tiempo viajando a granel bajo el cheviot de la noche estrellada. Ocurrió anoche mismo. Estaba desolado por algunas cosas personales.Casi ni me tenía sentado. Estaba tan destrozado, ¡Dios!, que me costaba escupir dentro de mi propia boca. Hice por pensar pero sólo se me ocurrió que el matrimonio tendría que ser causa de divorcio.Me consuela que hay gente que lo tiene peor. A una amiga mía sus hijos le llevaron de regalo al hospital un vestido largo justo el día que acababan de amputarle las piernas. ¡Joder!, cuando quiso ponerse en pie, le llegaba el suelo a la cintura.Lo supe por su hijo. Era un buen muchacho que no estaba muy al tanto de la enfermedad de su madre. Me contó el muchacho que cuando lo del vestido, corrió al mar y buceó en la penumbra para llorar a solas.Conocí en el 'Savoy' algunos casos tristes. Recuerdo ahora a la pobre Kate Hellman. Adoraba los gatos. De jovencita se mantenía delgada corriendo detrás de un afgano que le habían regalado sus padres. En 1974 una parálisis la clavó en una silla de ruedas. "Sólo soy el agujero más alto de la ciudad", decía.Una madrugada en el club recuerdo que me dijo Kate: "¡Por el amor de Dios, Al!, de jovencita aspiraba a mirar el horizonte subida a mis hombros, y ahora, encanto,ahora resulta que he alcanzado la trágica velocidad del mármol". ¡Pobre Kate! En la Navidad del 75 los muchachos del 'Savoy' hicimos una derrama. Queríamos verla otra vez contenta. Kate se había desprendido de su último gato porque no podía alcanzarlo cuando corría. Lo de aquella noche fue una sublime y dolorosa decisión: a la dulce Kate le regalamos un gato sin patas.

Luz leporina - José Luis Alvite

Luz leporina - José Luis Alvite
  

Hay tipos que tuvieron una vida muy ajetreada y se les nota en la cara. Del implacable Jerry Brewster se dice que estuvo en más peleas de las que vio delante. Se le nota nada más mirarle a la cara. Con razón una madrugada que se tomó libre en el 'Savoy', me dijo que la sonrisa era su única cicatriz de nacimiento. En el 74 le dieron tal paliza y le dejaron tan desfigurado, que su perro le estuvo ladrando quince días seguidos. Al maldito Jerry no le cambian los hematomas del rostro. El médico que le intervino en un hospital de la beneficencia dijo que lo más laborioso había sido volver a meterle todas las facciones en la cara. Si alguien le sacudiese ahora, sólo conseguiría cambiarle la fealdad de sitio. Jerry es un tipo imperturbable, pero una corista que salió con él, comentó en el 'Savoy' que el rostro de Brewster tenía tantas marcas que una vez que le vio llorar, las lágrimas tardaron doce minutos en llegarle desde los ojos hasta la barbilla. Con los terribles golpes acumulados en su dilatada carrera como matón, a Jerry le encajan mal las mandíbulas y cuando bromea con él, Ernie suele decirle que un tipo así no es bueno para confiarle un secreto porque se le caerían las palabras por la comisura de los labios mientras durmiese. Jerry acataba las bromas del jefe con aquella vaga sonrisa partida en la que divagaba una mezcla de resignación, tristeza y rencor. Se sentía un tipo demasiado marcado. Hay rostros inocentes que parece que nunca vieron sangre fuera de las venas y hay tipos culpables de oficio, como Jerry, gente con cuyos rasgos la Policía intenta siempre resolver de un plumazo los asuntos pendientes. Cada vez que le sometían a una rueda de identificación, los testigos y las víctimas no se ponían de acuerdo porque todos habían visto aquel rostro en ciudades distintas y a horas diferentes. A veces la lluvia hace espuma en el jabón cautivo entre las cicatrices de su rostro. Pero algunas noches la atmósfera del 'Savoy' le añade a su rostro la leporina luz de ese extraño encanto que siempre le encuentran las mujeres a los hombres en cuya sonrisa ciega bosteza la muerte.

Paddy - José Luis Alvite

Paddy - José Luis Alvite
  
Paddy Newman fue siempre un tipo demasiado cómodo. Y tranquilo, muy tranquilo. A menudo tomaba un taxi y le decía al conductor: "Lléveme a la estación de ferrocarril. Pero tómeselo con calma, amigo. Necesito perder ese maldito tren".Fue también un tipo muy descuidado. En una ocasión falsificó dinero utilizando papel higiénico. Pagó un taxi una madrugada bajo la lluvia y el dinero se deshizo en migas como un bizcocho. Cuando le echaron el guante, le dijo al detective Fuller: "No hay para tanto, detective. Me sorprendió el mal tiempo en la calle y tuve que pagar con dinero de verano, eso es todo".Paddy era más que nada un tipo avaro que contaba el dinero en cuatro idiomas para sentirse más rico. Pero odiaba verse envuelto en jaleos. Nada de querellas ni abogados. Una noche me dijo: "Muchacho, los asuntos hay que zanjarlos en privado. Hay tipos que te divorcian con un revólver. Pero de todos modos es mejor arreglar las cosas en familia. Mi mujer y yo no nos soportamos pero coexistimos. Toma nota,muchacho. Nosotros nos llevamos mal de mutuo acuerdo".Recuerdo la noche que Paddy se acarameló con Terry. Le dijo que la amaba y le escribió un poema en su estilo aritmético. Un poema lleno de números. Terry le miró y le dijo: "Vamos, Paddy, una mujer como yo lo que espera de un hombre es un ramo de flores, no la raíz cuadrada de los presupuestos del Pentágono".El último negocio de Paddy fue un restaurante de mala fama en el que Al Capone tendría que entrar con sus padres. El servicio era deplorable y la cantante habría mejorado amordazada. Pero era un sitio barato, el más barato que conoció Ernie en toda su vida. Una madrugada me explicó el secreto. Me dijo: "En el local de Paddy se dice que asan la carne en una escupidera. La rata más pequeña se merece un chófer. El menúes escaso. Te quedas hambriento como si te hubiesen puesto de cena la sonrisa dela Gioconda. Pero es barato. Muchacho, tiene que ser barato un club en el que tu cena la calienta el jefe sentándose en ella".

Vieneses - José Luis Alvite

Vieneses - José Luis Alvite

En Viena no hay nadie asomado en las ventanas y la gente es de una amabilidad contenida y algo fría, una cordialidad distante y profiláctica que a mí hasta me ha parecido hostil. Tampoco he visto mucho bullicio en las calles y a veces da la impresión de que son los perros quienes arrastran de paseo a sus dueños. En un recorrido por el Prater me di cuenta de que los vecinos de la capital austriaca se divierten en las atracciones del parque con la misma tristeza que si la felicidad fuese un odioso deber, un castigo que soportan motivados por una especie de abnegación colectiva. Viena resulta una ciudad hermosa y frígida, una cartesiana colección de monumentos que los turistas recorren presos de un silencio riguroso y aplastante, casi doloroso, como si disfrutasen de un placer indebido,igual que si entrasen al Paraíso por la consulta del dentista. Que a Hitler le obsesionase la anexión de Austria demuestra hasta qué punto carecía de sentido del humor el Führer, que era austriaco y había desarrollado ese carácter hosco y peculiar que yo creo que tiene menos que ver con la profundidad de pensamiento que con la mala cocina de uno de esos países centroeuropeos en los que lo que la gente vomita yo juraría que tiene mejor sabor que lo que come. A lo mejor son gente triste y convaleciente porque pagan demasiados impuestos y también porque tienen sus relaciones sexuales en riguroso silencio,de modo que en un austriaco la diferencia fonética entre un orgasmo y un derrame cerebral es casi imperceptible. A mí me han dado la impresión de ser personas saludables y ordenadas, también tremendamente aburridas, herméticas y poco comunicativas, hombres y mujeres que se lavan la cara con penicilina, se aparean sin el menor entusiasmo y engendran sus hijos con la misma disciplina que si desplegasen en el útero las alas de un murciélago.

jueves, 27 de noviembre de 2014

La calma - José Luis Alvite

La calma - José Luis Alvite 

Siempre me gustó la gente tranquila. Como Ernie Loquasto, que usa los dedos de una mano para contar los dedos de la otra. Y dice que no tiene prisa y que de lo que se trata ahora mismo, con sus años, es de no hacer esperar al sepulturero. Me gustan los hombres como él, muchacho, la gente serena, los tipos que no pierden la calma, como Ernie, que una madrugada en el 'Savoy' me dijo que la vida consiste en alcanzar ese punto de serenidad que te permite desayunar cuando ha empezado a caer la noche. "A mi edad -dice con frecuencia- la única noticia que esperas es encontrarte en la orina el prendedor de la corbata y las amígdalas".Cuando ardió el primer 'Savoy' en el 64, el pianista se llamaba Harry Stanton y también era un tipo tranquilo. Las llamas prendieron en su piano pero Harry siguió tocando. Acabó la partitura cuando ya tenía fuego en las mangas de la camisa. Fue un incendio tan voraz que se dice que incluso ardió el agua de los bomberos. El pobre Harry murió nueve días más tarde en un hospital de la beneficencia. Las quemaduras le habían dejado irreconocible pero no perdió la calma ni el sentido del humor. La última tarde que le visitamos en el hospital, nos dijo que los médicos no le veían porvenir, salvo como combustible para la calefacción del nuevo 'Savoy'. ¡Terrible entereza!Antes de morir, Harry nos hizo una última petición: "Decidle al tipo de la funerariaque me embalsame con desodorante".Un tipo de la edad de Ernie llega a conocer a mucha gente tranquila. Como al 'crooner' Stuart Feldman, que derrochó en el juego el poco dinero que ganó como cantante, pero sin perder nunca la calma. "Le perdimos la pista en el 74, pero un tipo juró haberle visto en el desierto de Mohave. No sé si será cierto, pero también dijo que Stuart cruzó aquel erial mojando pan en la arena".Ernie guarda algunas cartas de mujeres. Son de hace unos cuantos años y se las sabe de memoria. Por eso y porque es un tipo tranquilo, me consta que Ernie es de la clase de hombre que apaga la luz para leer.

Aforismos - José Luis Alvite

Aforismos - José Luis Alvite
  
Yo ya lo sabía, francamente, pero Ernie se encargó de recordármelo. Me dijo anoche en el 'Savoy': "Empieza a ocurrir contigo lo que ocurrió conmigo hace más de veinte años,muchacho. Un día te ves en el espejo y comprendes que ese nuevo rasgo en tu cara no es el mohín de un pensamiento, el reflejo de un recuerdo, el rictus de una decepción, sino un síntoma nuevo, un aviso de que algo no marcha bien, la señal inequívoca de que esta vez el mal aspecto no podrás solucionarlo con jabón de tocador o una siesta, no, muchacho, sino con un tratamiento que están probando en Japón con los perros".
No se equivoca el jefe. Pasa con el cuerpo lo que con las vidas, que al final lo que te queda de las experiencias y de los conocimientos es un aforismo y dos refranes. Tu rostro ya no admite nuevas inflexiones, tonos distintos, un rasgo nuevo que acuse una felicidad inesperada, una buena noticia que ni soñabas. Tu cara agotó su cupo de novedades, amigo, y sólo te queda el espacio justo para acatar en blanco la noticia del oncólogo: "Amigo mío, no hay mucho que decir. Puedes rezarte, si ese es tu deseo, pero será tan inútil como tirarle piedras a una catedral". ¡Dios santo!, dice Ernie que al final todo lo que puedes hacer es emplear tus últimas fuerzas en alcanzar la cama y cruzar las manos sobre el pecho. Una noche me dijo Ernie que había conocido a un tipo sin manos que fue presa del cáncer y que en fase terminal estaba tan desesperado que quiso suicidarse. "No tenía fuerzas bastantes para saltar por la ventana, muchacho, así que decidió asfixiarse. ¿Y sabes que hizo? No me lo vas a creer, Al, pero aquel tipo se asfixió mordiéndose la nariz con la boca para no coger aire por ningún sitio". Aquel fulano se llamaba Jake Pallantine. Yace enterrado en Hoboken. En su epitafio puede leerse: "Sirve de poco cuidarse. Al final sólo consigues tener el peso de tu cadáver."

Literatura con vibrador - José Luis Alvite

Literatura con vibrador - José Luis Alvite

Conste que jamás escribo con la pretensión de convencer a nadie, ni siquiera con el deseo de que a sus 88 años mi madre sepa por fin que he conseguido en libertad la mala reputación que ella sospechaba que solo podría haber obtenido en la cárcel.Tampoco doy consejos a quienes me los piden pensando en que puedan resultarles útiles para su escritura. «Siéntate cómodo en una silla y cuenta lo que se te ocurra –le digo– sin que nadie te guíe, confiando en que te ayude tu instinto, expuesto a que lo que puedas conseguir después de largos meses de insoportable sentada tenga menos que ver con la literatura, que con las hemorroides. Ni te hagas ilusiones, ni decaigas a las primeras de cambio, como esos atletas que se agotan en el precalentamiento.Es posible que después de mucho tiempo sentado en el mismo sitio no consigas grandes resultados literarios, muchacho,pero al menos te quedará el consuelo de saber lo que se siente al ser taxista».También podría haberle dicho que en mi opinión los hábitos literarios se contraen como consecuencia de haber fracasado en otras pretensiones y que lo recomendable es tener una manera de escribir que resulte tan personal como la conciencia. Al fin y al cabo,el estilo en la escritura depende mucho de lo que uno haya vivido, leído o pensado, igual que la textura de las heces guarda sobre todo relación con lo que se haya comido y con la flora intestinal. Sean cuales sean los resultados, no hay que desanimarse jamás. Hay que afrontar el desafío literario sin pretensiones y sin perder de vista que el éxito social que uno persigue en este oficio es menos fulminante, y menos duradero,que el que habría obtenido si le hubiesen sentado bien los pantalones blancos cuando era joven. El éxito literario es un misterio tan insondable como el de la muchacha que creyó quedar embarazada teniendo sexo con su vibrador.

Hunter falls - José Luis Alvite

Hunter falls - José Luis Alvite

Fue en un sitio como Hunter Falls donde empezó de periodista el reportero Chester Newman que tanto frecuenta ahora el 'Savoy'. El director del diario local aprovechó que Chester era el hijo de la peluquera y que era en el establecimiento de su madre donde se cocía casi toda la vida social. Nunca pasaba nada en Hunter Falls.El pueblo quedaba alejado de las grandes vías de comunicación que atravesaban el país.Recuerda Chester que "el tren había que descarrilarlo para que parase". El veterano reportero del 'Clarion' cuenta a menudo cosas de Hunter Falls, como el asunto de la piscina, que la única vez que tuvo agua fue gracias al sudor del tipo encargado de limpiarle las zarzas. "Cuando veíamos un avión sobrevolar el pueblo -recuerda Chester- el reverendo Nithingale corría a la iglesia a rezar para que se desplomase allí mismo. ¡Joder, Al! -me dijo Chester- es que en Hunter Falls no había otra forma de conocer gente". Era un sitio aburrido pero limpio, extremadamente limpio.Nada se pudría bajo el sol. La gente trituraba todo para la basura, incluso trituraba la trituradora cuando se les estropeaba. Se le daba tierra a las reses tan pronto sucumbían y los perros estaban enseñados para volver a tiempo de morir en casa. Dice el viejo Newman que "gracias a tanta higiene el pueblo salió una vez retratado en el National Geographic". "Y todo, maldita sea, porque en Hunter Falls los buitres se volvieron vegetarianos. Cómo sería la cosa, amigo mío, que en la carnicería de Paddy Chayefski la carne de buitre se consideraba ternera". El tiempo que pasó en aquel pueblo no conoció Chester a otro alcalde que no fuese Steve Hyman, que murió en el cargo. Nadie quiso relevarle jamás. Dice Chester que incluso en un pueblo tan apartado como Hunter Falls, "la gente no es estúpida y conoce otras maneras deperder la reputación". El 'Examiner' de Hunter Falls cerró poco después de ausentarse Chester. Fue precisamente su cierre la noticia más leída en sus ochenta años de historia. Y la única que no tuvo réplica.

El nadador - José Luis Alvite

El nadador - José Luis Alvite

Me senté frente al mar de Cambados al lado de mis tres vecinas adolescentes y esperé con ellas a que apareciese el nadador levantando a contraluz con sus brazadas aquella orfebrería de agua, como una estatua de linóleo que arrastrase a rebufo de sus pies una jauría de rizos verdes,un fosco rebaño de espuma. Aquel tipo se llamaba Albino y era lo mejor que le ocurría al agua mientras en el astigmatismo vespertino de la luz del día agonizaba septiembre en medio del mórbido calor de una atmósfera de ozono y orina, un denso aire farmacéutico y gutural que a mí me parecíaque salía de los pulmones gomosos de un fraile ardido. Yo las miraba y ellas no perdían de vista al nadador, que iba y venía crucificado en un agua lenta y dorada, fogoso y elegante, incansable,hasta que casi sin luz sobre el paisaje se esfumaba a sotavento y nos dejaba a los cuatro la sensación de haber visto cómo desabrochaba una y otra la marea aquel mariposista incansable y esbelto que se perdía entre la neblina mientras grapaba con sus brazos la mica de la mar en calma. Entonces yo me levantaba en silencio, me alejaba unos metros, me detenía y volvía la mirada hacia mis tres vecinas, que seguían sentadas con sus frescos vestidos de lino, ateridas de encerado placer, aguardando acaso a que con el relente de la noche volviese al tacto molusco de su sexo la porcelana pulcra de la santidad, la sequedad garrapiñada de la decencia. Después se levantarían y caminarían hasta su casa cien metros por detrás de mí –oníricas y silenciosas, adolescentes,culposas y ojivales– con la ilusión del apuesto tritón deslizándose como tinta de sepia por el cartabón de aquellos úteros góticos y pasmados en los que siempre supuse que llevaban fondeada la nutria viscosa del deseo, la ingle teologal y circunscrita de Albino, aquel nadador amniótico que salpicaba de helio la excitante atmósfera de lujuria, ozono y orina.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

'Blues' de Herrera - José Luis Alvite

'Blues' de Herrera - José Luis Alvite
  
Querido Al: Anoche se cumplieron años de aquella madrugada en el 'Savoy' en la que me presentaste a Carlos Herrera. Había tanta humedad en las calles de la ciudad que incluso la lluvia estaba aguada. Recuerdo que al claquetista negro le croaban los pies al bailar. Yo ya no era una chiquilla, cariño, pero le dije a tu amigo:"Así como me ves, encanto, era menor de edad cuando me levanté de la cama". Me pareció un tipo elegante y afectuoso, uno de esos hombres que si diese un mal paso en la vida y tuviese que matarte, le pondría al revólver las gotas de los ojos. Mientras hablaba me fijé en sus manos. Y juraría, Al, cariño, que en las manos de Carlos Herrera se hacían sitio los modales de Cary Grant. Cuando se hizo un silencio, escuché tus toses, Al, pero en el silencio de aquel hombre, ¡Dios!, en el silencio de aquel hombre sólo se escuchaba, como solfeo, el seseo del aire acondicionado. ¡Demasiado para una mujer como yo! Pensé que en la vida de alguien como él, una mujer como yo sólo podría entrar en los descansos para la publicidad. Iba a decirle algo pero nunca me atreví. A fin de cuentas incluso una estúpida como yo podría entender que un tipo como Carlos Herrera sólo sería feliz a mi lado mientras me confundiese con otra.No supe más de él, cariño, ni creo que vuelva a tropezarme con alguien así en lo que me quede de vida. Pero algunas madrugadas mientras conduzco hacia las afueras de la ciudad miro por el retrovisor del coche por si estuviese en el asiento su sombrero. Y entonces me arrimo al arcén bajo la lluvia. Y busco la sintonía de su voz en el ralentí del coche. Una vista aérea de Sevilla es cuanto sé de él, amigo mío, pero cada vez que veo 'Charada' sé que son sus gestos los que hacen pronunciar frente a los ojos de Audrey Hepburn las veniales manos de Cary Grant.Anoche con la humedad era navegable el aire y me acordé de entonces. ¡Qué bobada! Caminando al amanecer bajo la lluvia me pareció sentir en mis pies la víspera de los suyos.

Aquel mármol con nata - José Luis Alvite

Aquel mármol con nata - José Luis Alvite

Escapo con frecuencia a Cambados para ponerme un rato a salvo de mi depresión y de mi rutina. Todo está muy cambiado respecto del Cambados de mi niñez y de mi adolescencia, aquel pueblo en el que todo era tan fértil que incluso el hambre resultaba abundante. Está distinto del Cambados de entonces, pero yo soy un cambadés retrospectivo y soñador al que le cuesta poco reconstruir los lugares de entonces, las gentes de su tiempo, aquella mezcla de salitre y sandías, el Cambados de Cabanillas y de Asorey, el de la escuela del convento, en la que daba clase don Clemencio, un tipo severo que siempre me pareció que los días de más calor, sudaba escayola. En la calle Infantas tenían su relojería-joyería los hermanos Villar, Juan Manuel, que era calvo y atendía al público, y Santi, enjuto, moreno y artístico, que pedaleaba todo el rato en el fuelle del soplete y luego dejaba morirse lentamente en el crisol, como un amarillento jarabe de naranja azul, la incandescente luz de la escoria mientras enjuagaba con los dedos en su mandolina unas suaves cosas sueltas de Beethowen mezcladas con el tictac de los relojes en aquella especie de túnel de la trastienda donde pasaba el tiempo peloteando en el péndulo del cuco con la misma suave dignidad con la que se escuchaba al atardecer en el Campillo la remanente salmodia de las cadenas de las bicicletas virando hacia el taller de Moncho con el deletreo de una mariposa cristalizada como un abanico de mica entre los radios de las ruedas. Al caer la tarde salía a darse un paseo el señor Magariños, que era alto y tenía el empaque lento y distante de una estatua que saliese por prescripción facultativa de su mausoleo para recorrer con anestesia local el camino hasta La Calzada ayudado con aquel bastón de caña que convertía en morse sus pisadas sobre el braille delante de la tienda de Las Planchadoras, que eran dos viejecitas que vendían unos bollos de leche que tenían el tacto de los crustáceos y el eterno sabor de la cerámica. A veces se sentaba don Joaquín Fole en la terraza del Café Iglesias y yo me paraba a mirarle con la abstracción de quien acaba de ver por primera en su vida a un señor con pantalones blancos que vivía en Cambados pero se merecía seguramente estar sentado en el ambigú del golf de Augusta mientras su "caddy" espolvorea con los dedos cuatro briznas de césped y le mira el peinado al "swing" de las golondrinas para saber, ¡Dios Santo!, de qué lado tiran en ese preciso instante el viento y la envidia. Cuando me ponía enfermo, venía por casa de tía Pepita don Eladio Padín, aquel elegante médico de sombrero que te encontraba acetona en el aliento con el mismo interesante gesto ecléctico e internacional que si te hubiese encontrado uranio. Todavía me siento a veces en una terraza frente al pazo de los Padín e imagino que en lo alto de las escalinatas de granito aparece el ala del sombrero de don Eladio abriéndose paso, como un machete de fieltro, entre la buganvilla y la niebla, aquella niebla de Cambados, ¿recuerdas, Fausto Varela Correa, viejo amigo, recuerdas, Maruxa Durán?, aquella heráldica niebla cambadesa que velaba la costa garrapiñada de Tragove y la prosa marrón de aquellos entierros que se iban, derechitos como un "haiga" de trapo, hasta el cementerio de Santa Mariña D´Ozo, el más hermoso del mundo, un cementerio, Fausto, muchacho, destilado en aquel fértil barroco terminal al que cuando era niño, en mis sueños tía Pepita iba cada mes y medio a retirarle con una cuchara la nata al mármol de mi sepulcro...(A Lino Silva, antes de que se tarde).
Aunque parezca mentira, no revivo mi niñez llevado por un morboso instinto de resistencia al presente, sino porque la infancia es una cosa que se vive a los quince años y se disfruta treinta o cuarenta más tarde, del mismo modo que su mayor impresión nos la causa una película cuando cesa la proyección y prenden las luces. Hay personas que se rehacen al instante y otras que permanecen ensimismadas un rato en la butaca antes de aceptar la realidad puntual en detrimento de la soñolienta realidad del celuloide. A veces sales del cine con la sensación de que una parte de ti quedó atrapada para siempre en la película. En "sueños de un seductor", Woody Allen vive cautivo del influjo de "Casablanca" y se comporta como si estuviese en sus manos seducir a las mujeres con una cuidada combinación de bourbon, nostalgia y dureza, como lo hacía "Boggy", incluso empleando la misma drástica hostilidad con la que en otra película Bogart sometía a su imperio los caprichos rubios de Lisabeth Scott. Y si nos refugiamos en la infancia, muchacho, es porque la infancia es la única película en la que nadie nos puede arrebatar al mismo tiempo la frase y la chavala. Tal vez no recordemos con exactitud las cosas de entonces, pero en la duda de esa minuciosidad, tenemos la ventaja de creer que el pasado no fue exactamente como ocurrió, sino como lo recordamos, a no ser que hayamos sido como esos niños obedientes y textuales que viven al dictado y envejecen con la desoladora sensación de haberse pasado la niñez pedaleando al pie de la letra en el acta del notario. Podría servirnos de coartada la idea de que los recuerdos empiezan justamente donde acaba la memoria y podremos sobrevivir con la certeza de que no es en la precisión del termómetro, sino en la aleatoria sensibilidad de la piel, donde se mide el efecto sentimental del sol. Hay pocas sensaciones tan agradables como la que experimentan las mujeres cuando, por alguna extraña premonición, las coge el frío mientras miran de cerca el fuego. Y en eso consiste tal vez lo mejor de conmemorar la infancia: que te coja el frío mientras recuerdas con amarga felicidad el sol de entonces, los días lejanos y felices, el instante casi inconsciente en el que le pasaste por última vez la lengua al paladar salobre de una herida apenas infectada. Es curioso, cuando uno se hace definitivamente mayor, descubre que falta para el futuro mucha más distancia y mucho menos tiempo que para el pasado. A lo mejor es que a cierta edad afrontas las experiencias con un trágico sentido de la realidad, sabedor, claro, de que la muerte es una cosa que te tiene muy ocupado y no te dejará tiempo para recordar la vida. Incluso cabe la jodida posibilidad, muchacho, de que tu muerte sea la vez que más cerca estuviste de la niñez, aquel ingrávido estado del alma en el que la noche sólo era un largo fundido cinematográfico para cambiarle el peinado a las niñas y el agua al cielo estancado de las palanganas. 
Nos ocurrió a nosotros y a nuestros hijos y les ocurrirá inevitablemente a quienes vengan detrás de ellos. Recordaremos siempre la infancia como algo que ocurrió sin apenas darnos cuenta, un asunto breve y resplandeciente, algo a lo que entonces no le dimos importancia porque toda aquella belleza, tanto color, el ritmo cambiante e indoloro de un espectáculo tan maravilloso, nos pareció la superflua publicidad cuya luz solíamos aprovechar para acertar con Dios en la butaca en el cine. Luego nos sentamos, muchacho, y descubrimos con espanto que la luz verdaderamente importante era la luz del trailer, y que lo que vino luego, pasados los quince años, maldita sea, fue una larga y tediosa película que sólo resultaría inolvidable si fuese tuya la cabeza del tipo que en la butaca delante de la tuya engorda como un globo de tocino hinchado con el aliento del beso fermentado de una fulana que se inclina sobre su regazo como si acabasen de caérsele un pendiente y las amígdalas en el sifón del alcantarillado...

El siquiatra - José Luis Alvite

El siquiatra - José Luis Alvite

Ocurre así desde hace muchos años. Cada vez que siente en las sienes la desoladora disipación mental corre al 'Savoy' y se instala en el club hasta que considera superada la crisis.A Billie Stormont el siquiatra le tiene prohibidas las alturas y hubo de hacer recortes en sus hábitos de viajar en avión y en su debilidad por las mujeres más altas que él. En los peores momentos de su inestabilidad emocional, en el 74 salió de la consulta del Dr.Erdhart por una ventana, con la inmensa suerte de que la clínica estaba en un segundo piso y en el rasante de la calle había una manifestación de judíos contra el siquiatra, de origen alemán. Billie se repuso de las heridas en unos pocos días en su propio domicilio, al Dr.Erdhart le pusieron una multa por arrojar basura a la calle y nadie pudo culpar a la Policía de las cuatro bajas registradas entre los manifestantes.Dice Billie que en el 'Savoy' resiste mejor la tentación de saltar al vacío. Realmente incluso un tipo tan obcecado como él puede entender que resulte difícil estrellarse contra el suelo saltando desde un sótano. Pero le brilla la mirada con esa extraña vidriosidad de la gente inestable. Dice el jefe que a veces Billie le da la sensación de un piloto que a mitad de vuelo hubiese descubierto que el avión lleva las alas en la bodega.Hace años que Billie no acude a la consulta del alemán. Dice que en realidad el Dr.Erdhart sólo le daba conversación y que los mismos resultados los consigue por cinco'pavos' en la barbería de Giacomo Manfredi "y a mayores, me masturba la cabeza".El Dr.Erdhart mantiene su consulta pero la Ley le sigue los talones. Al parecer tiene por costumbre extender facturas fraudulentas. Le ocurrió a Billie y por eso dejó de pasar allí sus chequeos. La última vez que pagó sus honorarios al Dr.Erdhart descubrió que le cobraba doble.El siquiatra se lo dejó claro: "Tienes desdoblamiento de personalidad, Billie, muchacho. Esa es la razón de que desdoble mis facturas".Curt Erdhart no es un gran siquiatra. En su consulta, la enfermera te da un número y un paracaídas.

Fe con niebla - José Luis Alvite

Fe con niebla - José Luis Alvite

Mi madre fue una mujer creyente y devota mientras tuvo la sensación de que Dios atendía sus plegarias.Durante tres años caminó descalza en la procesión cambadesa de San Bieito pensando en que el santo salvase a mi hermano mayor del tumor cerebral que amenazaba su vida. No sirvió de nada y,por culpa de aquellas infructuosas caminatas votivas mi madre hubo de operarse los pies. Siete años más tarde enfermó mi padre y ella se gastó una buena suma de dinero en pagar misas redentoras en la parroquia. También resultó inútil y mi padre murió al poco tiempo. Entonces ella aceptó que yo le dijese que para que mi padre fuese al Cielo, habría salido más barato facturar su cadáver por Iberia. Es comprensible que mi madre se haya vuelto escéptica y me parece razonable que si a veces se detiene en la iglesia no es por devoción, sino porque le queda a mano cuando de regreso a casa le puede el cansancio. Mi padre, que en eso era más cartesiano, me dijo en una ocasión que los enfermos de la vista recurrían a Santa Lucía sólo en el caso de no poder pagar los honorarios del doctor Barraquer. Personalmente no sé muy bien por dónde tirar.Supongo que no soy distinto de quienes recurren a los prodigios de Dios cuando en medio de un atroz dolor de muelas fallan los analgésicos. A lo mejor es que la fe es el recurso de los desesperados,algo a lo que aferrarse cuando fracasa la ciencia, la última esperanza en cualquiera de esos momentos de angustia en los que un hombre se da cuenta de que en el momento de sobrevenir el hambre, lo mejor no es desesperarse buscando la comida,sino persuadirse de la conveniencia de perder el apetito. Supongo que algo así le sucedía a aquel amigo mío que padecía de cataratas y que se tranquilizaba con la idea de que el estado de su vista era ideal para recorrer Londres con niebla.

El éxito de no ganar - José Luis Alvite

El éxito de no ganar - José Luis Alvite

Suele ocurrir que a veces uno se sienta a escribir su columna y no sabe muy bien por dónde tirar.Siempre he pensado que un hombre escribe mejor cuando su inspiración tiene que ver con la desgracia, con la desesperanza o con el rencor. Hay tipos que escriben con el razonable temor de que el éxito perjudique su estilo y malogre su carrera.Sus mejores toques con el escoplo los da a veces el escultor cuando consigue un resultado sorprendente al asestar el golpe con el que pretende demoler su obra aún inacabada. Es en la desesperación creativa cuando surge ocasionalmente el chispazo del talento, sobre todo en esos momentos en los que falla la inspiración y hay que resolver como sea.La perfección en el Arte, como la determinación en el crimen,tiene mucho que ver con lafuria, con la angustia, con ese instante en el que uno tiene la sensación de sentarse en el retrete con la obligación de hacer de vientre sin haber comido. Ocurre lo mismo con el escritor que por haberse enamorado sabe que caerá en ese estado de felicidad que le incapacita para crear. Personalmente he sentido siempre el tirón creativo de la tristeza y he procurado cultivar el fracaso como estímulo para escribir, lo que explica que a veces destruya los boletos de la Primitiva sin consultar el resultado del sorteo.«¿Y por qué coño te gastas el dinero en un juego del que desprecias la suerte?», me preguntó el administrador de las apuestas.«Lo hago –le dije– por la misma razón que siempre tengo a mano un condón por si resulta que no lo necesito». Ésa ha sido en realidad mi vida: una apuesta continuada con la relativa expectativa de ganar y la razonable esperanza de no conseguirlo. Y entre unas cosas y otras he llegado al final de la columna, lo que demuestra que a veces un hombre puede hacer de vientre sin necesidad siquiera de haber comido.

martes, 25 de noviembre de 2014

Aire meado - José Luis Alvite

Aire meado - José Luis Alvite

Fue hace mucho tiempo, una noche de invierno. Aquel día hizo tanto frío en la ciudad que dijeron que había nevado en el Metro. La madrugada que conocí a Norma Baccaro,el 'Savoy' estaba tan cargado que ni se veía el humo. Aquella madrugada en el club, John Coltrase sonaba como una paloma bebiendo en una gárgola preñada.Norma era una mujer con mucho mundo encima. Recuerdo que me dijo que sólo lloraba para apagar la sed. Estaba sola. Acababa de romper con un jugador de Las Vegas.Aquel tipo se llamaba Johnny Spellman y se decía de él que le echaba suelas a los zapatos con cartones del bingo y que sus pasos en las calles de la ciudad sonaban como si pisase agua de papel. También dijeron que en la matrícula de su coche había tocado varias veces la lotería. Y que había aprendido claqué bailando encima de una ruleta en marcha.
Apenas pude hablar con ella. Norma llevaba la iniciativa. Me dijo: "Soy una mujer muy relacionada, ya sabes, una de esas mujeres que saben al menos de veinte personas que le devuelven el correo".Tenía en una mejilla una delicada cicatriz, una cicatriz comedida y callada en la que parecía haberse desplomado la sonrisa perdiz y lacónica de Dana Andrews. Ya te digo que apenas pronuncié palabra. Pero se aprenden cosas con una mujer como Norma.Por eso recuerdo que antes de despedirse, me dijo: "He visto tipos que abrían las ratas y se comían su digestión como si fuesen ostras. Es la gente que me gusta, tipos solitarios que se peinan aprovechando el llanto. Pude haberme casado con hombres inmensamente ricos. Pero los aparté de mi camino, encanto. Porque una mujer como yo, Al, cariño, no podría envejecer al lado de uno de esos tipos que vacunan el agua hervida y le planchan raya a las pelotas de tenis".La despedí en la puerta del 'Savoy'. Casi amanecía. Y Norma se alejó tarareando con sus pies las calles mojadas. Y el maldito viento fluorescente echó a correr por la ciudad el abucheo de una pandilla de aire meado.

El fogonero - José Luis Alvite

El fogonero - José Luis Alvite

Quise ser el hombre que alimentase sus sueños, administrase sus sentimientos y decidiese su menú mientras en el restaurante se ausentase adrede al baño. «Sólo necesito calor, empuje y placer», me dijo, «de modo que piénsalo bien y vuelve a mi lado cuando aceptes ser mi fogonero». Yo buscaba en ella un alma sensible y delicada, una mujer dulce y pensativa, y me encontré con un motor de explosión. Me dijo que era incansable y que para ella al sexo era una obsesión constante e irrenunciable, algo que le hacía sentirse ansiosa y a la vez insatisfecha,«como si barriese la calle con una escoba que mancha el suelo». Confieso que no supe qué decir. Preferí pensar que bromeaba y que sólo pretendía descolocarme.Un hombre no suele estar preparado para que cierta clase de realidad se parezca al cine, así que prendí un cigarrillo y esperé acontecimientos.Y entonces me dijo ella: «No me parece que seas la clase de hombre que necesito.A mi edad ya no estoy para perder el tiempo con alguien que se pase la noche hablando. Necesito sudor y ruido ,obscenidad y posturas. Quiero perder el control con un hombre que me haga sentir tanto que incluso olvide su nombre al pronunciarlo. Mi corazón ya ha recibido suficientes sobresaltos, cielo; ahora solo necesito a mi lado a alguien que se conforme con lo bien que por la noche muevo el culo. ¿Sabes que te digo?, con el paso de los años me he dado cuenta de que lo que necesito a mi lado no es un hombre culto y adorable que marque mi alma, sino un tipo sórdido y transeúnte cuyo recuerdo sea la mancha más resistente en mi colada». Pensé decidirme y asegurarle que yo era el hombre que buscaba, el jinete tenaz e incansable que entra en la meta con el caballo echado a sus espaldas, pero me contuve. En la duda de perder mi orgullo,preferí salvar mi dignidad.

Giorgio Cafaro - José Luis Alvite

Giorgio Cafaro - José Luis Alvite

Cuando me lo presentaron en el 69, supe que estaba ante un tipo diferente. A Giorgio Cafaro le sentaba el traje como un féretro. Alguien me dijo que en cuatro cárceles le pusieron reparos para cumplir condena. Nunca había visto un rostro con tantas cicatrices. Se corrió por ahí que Giorgio Cafaro conservaba en casa el retrato que una madrugada le hizo un tipo en Mobile-Alabama. Su cara estaba tan repujada por la vida, que dijeron que aquel tipo le hizo el retrato con aguja e hilo. El rostro de Cafaro parecía restos de comida.
Giorgio notó que le miraba y me dijo: "Tengo un rostro de varios tomos, amigo mío".También me comentó que la última vez que estuvo en un quirófano, le habían reparado la cara con la rodilla de un muerto. Pensé que estaba frente a un tipo inolvidable, uno de esos hombres cuyo rostro es como recordar un codazo. En la mirada de Giorgio Cafaro siempre hacía mal tiempo.
Hablaba poco pero aprendí algunas cosas de él. Me dijo: "Soy un tipo tranquilo. Aprendí a correr en el interior de una caja fuerte. Puedo hacer fuego frotando dos pedazos de hielo. En la vida hay que ser contenido, muchacho. De niño supe que para sobrevivir en las circunstancias que se me venían encima, un hombre tiene que aprender a tragar saliva en días alternos. Eso es lo que vale: las cosas que te enseñan de niño. A fin de cuentas, muchacho, la vida es el tiempo que un hombre tarda en volver a casa". Eso me dijo aquel tipo al que el corazón le latía como una gotera de hule en un saco de flemas.
Giorgio murió en el 74. Fue un infarto pero el forense le dijo a Ernie que el corazón de aquel fulano había sufrido un desprendimiento de tierra. Nunca olvidaremos el sepelio. Fue memorable. El coche fúnebre se estrelló contra un árbol. Murieron los dos empleados de la funeraria. Chester Newman escribió en el 'Clarion' que el cadáver de Giorgio Cafaro tenía tan buen aspecto, que prestó declaración durante media hora.

Sopa de sobre . José Luis Alvite

Sopa de sobre . José Luis Alvite

Ahora se hacen los niños con algo de la hostelera mística del daiquiri, mezclando esto y lo otro, añadiendo aquel condimento, a la temperatura ideal, en la coctelera del laboratorio. Dicen los científicos que lo que ocurre no es que las mujeres sean menos fértiles, sino que todo se debe al semen de los hombres, que tiene la consistencia culinaria y la flojedad genética de la sopa de sobre. Incluso hay matones que le hacen ropita al revólver. Según los expertos, el semen de ahora sólo sirve para pegar carteles del Banco Ambrosiano y en casos extraordinarios, para croquetas de ave. Se dice que Norma Duval está embarazada. Pero no se habría quedado embarazada en una cama, en un ascensor o en un pasamanos, sino contra reembolso en uno de esos laboratorios en los que hacen niños fríos y biselados aprovechando el esperma que guardan en la nevera con el apio y los refrescos.Tía Pepita fue comadrona en Cambados, comadrona de las de antes, de las que traían los niños al mundo gritándoles por un megáfono al mismo tiempo que empleaban con las mañas de la fontanería aquellas terribles herramientas con las que podrían haberle cambiado la rueda a la berlina de la funeraria. Y tía Pepita se murió en los viejos tiempos, cuando lo último que había visto in vitro eran las fotografías del novio que se le metió cura porque al interior de tía Pepita, ¡Dios santo!, sólo se podía entrar con una orden judicial y en presencia de la Guardia Civil.Norma se nos queda embarazada casi fuera del tiempo civil de la fecundidad. Y eso ocurre porque hay una fertilidad tardía y química que lo que nos trae en el fondo no es un niño de los de antes sino un niño anterior, un niño corno de cripta, una especie de jefe local del Movimiento. Y no es descabellado que de ahora en adelante,a los partos asistan la comadrona, el tipo con la manguera de la epidural y el arqueólogo.

La sonrisa - José Luis Alvite

La sonrisa - José Luis Alvite

Un estudio revela que el 80 por ciento de los orgasmos femeninos son fingidos. Un amigo mío muy escéptico al respecto, dice que el 20 por ciento restante el orgasmo lo confunden con la jaqueca. Tía Pepita, que era comadrona en Cambados, nunca se tomó muy en serio el orgasmo femenino. A tía Pepita se le había metido cura el único novio de toda su vida y estaba muy decepcionada. Murió virgen. Mi padre solía decir que tía Pepita meaba con las piernas cruzadas. A su manera era comunicativa. Pero nunca se extendió coloquialmente sobre el orgasmo. Para ella, el orgasmo era un invertebrado. Y el único invertebrado que no le daba asco era Dios. Dice una amiga mía que en cierto modo el orgasmo es una vulgaridad del erotismo, su exageración, del mismo modo que la carcajada es la vulgaridad del humor. Lo importante en el sexo es la inminencia del orgasmo, su intuición, el presentimiento de que está ahí, al acecho, con su mezcla de sordidez y suspense. Si alcanzas el orgasmo, se acabó la inminencia, la expectación, el presagio. "Es como si la Biblia empezase por la Crucifixión". El placer elegante consiste en la sonrisa vaginal.
Mi vida sexual tiene de todo. Conocí mujeres frías, muy frías, que hacía juntos en cama el amor y la lista de la compra. Mujeres calientes, lo que se dice calientes, osea, a punto de gritar, pocas, casi ninguna, tal vez una sola, sí, una, aquella que se estremeció en cama y luego supe que le habían dado gases las acelgas. Estuve con alguna que casi alcanzó el orgasmo. "Lo tengo a punto", decía. Pero lo tuvo a punto hasta que amaneció. Y claudiqué en un charco de sudor. Pensé que aquella mujer únicamente habría alcanzado el orgasmo si le pasase por debajo del culo el terremoto de Agadir. "Estuve en un tris", me dijo. No hice comentario alguno. Estas cosas son así. Pero se me pasó por la cabeza que la Venus de Milo se habría excitado más masturbándose con la barbilla.Dice un tipo del 'Savoy' que "el sexo es así: ellas ponen la electricidad y a ti se te enciende la bombilla".

lunes, 24 de noviembre de 2014

Una boca entre las piernas - José Luis Alvite

Una boca entre las piernas - José Luis Alvite

Me lo dijo de madrugada aquella fulana y ahora sé que tenía razón: «Lo nuestro de esta noche no será un prodigio, tesoro, así que si con el tiempo lo conservas en la memoria, no será porque recuerdes mi nombre, sino porque no hayas olvidado mi precio». La verdad es que había tantas mujeres con la misma tarifa,que al cabo de los años ni siquiera la recordé jamás por su precio. Tampoco podría haberla recordado por su agresividad, por su codicia o por el mal olor de su boca. Era una mujer anodina y honesta, rutinaria, la clase de chica que ni siquiera transite la sinfecciones sin pedir permiso. Como decía a menudo el matón del local, «muchacho,en este ambiente una mujer sólo resulta apasionante si tiene una cicatriz,contagia una enfermedad o esconde un cadáver». Yo he buscado siempre a la chica de la cicatriz, a la muchacha insalubre o a la que esconde un muerto,porque mi propia vida estaba necesitada de algún sobresalto por el que el día de mañana me valiese la pena haberme malogrado.Pepe Bahana, dueño de un club nocturno y ex luchador en Tánger, me previno unas cuantas veces para que tuviese claro lo que pretendía hacer y lo que podría sucederme. Me dijo una madrugada en su antro: «Haz lo que quieras con tu vida, muchacho,pero te recomiendo que vayas con ojo y no te enamores en un sitio así. Deja el alma fuera con el coche, disfruta y pasa página. Siempre habrá entre todas estas mujeres una que te toque el corazón y te conmueva, de acuerdo, pero no te ciegues. Piensa que tal vez lo que mueve a esa chica no es el amor, sino la conveniencia. Porque la triste realidad es que entre las piernas de esa mujer podrías encontrarte con la boca un niño». Nuca supe que fue lo que sentí por aquella fulana. Ni ella dijo nada especial,ni llevaba yo tanto dinero encima…

Hueso invertebrado - José Luis Alvite

Hueso invertebrado - José Luis Alvite

En la sociedad española está muy arraigada la costumbre de invertir los ahorros en vivienda. Hay matrimonios que se privan de lo más elemental para dejarle un piso a cada hijo y algo de dinero en el banco. La herencia es una institución tan española como el toreo, la Benemérita y las condecoraciones póstumas. Personalmente nunca me preocupó lo que pudiesen dejarme mis padres. E hice bien, porque tampoco les preocupó a ellos, quienes, a su vez, habían tenido padres con nula capacidad de ahorro. A tía Rosa, mi abuelo le dejó unas gafas turbias con las que la pobre vio llover los diez últimos veranos de su vida antes de sucumbir a un cáncer que parecía mayor que ella. Mi abuelo paterno se lo gastaba todo en libros y en tertulia. Con el tiempo su biblioteca se fue desperdigando y ahora habría que hablar con más de ochenta personas para reunificarla. Con un poco de suerte conseguiríamos reconstruir el 30 por ciento de su biblioteca. El resto supongo que mis otros familiares lo habrán aprovechado para darle sabor a la sopa en los malos momentos,que solían abundar. Una buena parte de aquel tesoro lo mantuvo tía Pepita durante más de veinte años, hasta que en un cambio de domicilio, cientos de aquellos ejemplares se los llevó una excavadora y ahora son escombro o harina de pescado. A mi padre aquello le causó una profunda desolación y mis hermanos y yo aprovechamos para masturbarnos y suspender curso. A tía Pepita el suceso le impresionó poco. Tía Pepita no era una mujer muy ilustrada. Se había hecho comadrona de urgencia en la post guerra y lo más literario que recuerdo en ella son aquellas cartas que me escribió con una letra redonda y cauterizada por la que era como si resbalase la gangrena. Corre entre nosotros le leyenda de que tía Pepita lo único que sabía de obstetricia era el agua de la palangana. No recuerdo haberla visto leer un solo libro en los adorables momentos que pasé en Cambados a su lado. Tía Pepita detestaba lo sólido y lo inmediato, lo numérico y lo inmobiliario. Creo que sólo leería un libro si trajese 'abrefácil'. No era una mujer ilustrada y sin embargo detestaba el dinero e ignoraba el valor de las cosas, yo creo que incluso desconocía los billetes de curso legal. Por no dejar nada, ni siquiera dejó hijos, ni viudo, ni el menor rastro de vida marital. Tía Pepita tenía un 'sex-appeal' entre la Pardo Bazán y Federico Martín Bahamontes. Su único novio se metió a cura y creo que sólo habría dejado el sacerdocio si entrasen los grises a sacarlo de la parroquia con gases lacrimógenos. No podría jurarlo, pero creo que tía Pepita sólo tuvo relaciones sexuales con la costura de las bragas y con los supositorios de la tos. Llenó mis veranos de sana intemperie, de cine y de novenas. Era a la vez cordial y circunspecta y en los oficios de Semana Santa yo creo que en el pésame de la Crucifixión la Virgen estaba detrás de ella. Recuerdos es cuanto heredé. Recuerdos, una distraída hipermetropía y el amargo escepticismo de alguien que se pasó la infancia acariciando la idea de inventar el hueso invertebrado.

Catedral de agua - José Luis Alvite

Catedral de agua - José Luis Alvite

Áspero y sentimental, eso es justamente lo que siempre quise ser. A eso aspiro desde niño, cuando en los anestésicos veranos de Cambados iba al cementerio a echarle pan a los muertos. Tía Pepita, que para sus cosas era muy sensata, intentó en vano disuadirme: "No hagas eso, no sea que los acostumbres". Tía Pepita no tenía una idea muy científica de la muerte. No sé si será cierto pero escuché decir que a sus difuntos los pinchaba con el tenedor antes de encargar el luto en la tintorería. Una vez dijo algo que aun ahora me parece profundo: "Lo que tiene la muerte es que te avejenta una barbaridad". ¡Caray!, cada vez que tía Pepita decía algo así, era como si en su rostro se abriese paso a codazos el rostro de Sir Winston Churchill. Conservo una foto suya conmigo en brazos. Aparece tan circunspecta y tan sobria, que es como si le hubiesen hecho la foto con una hormigonera. Aún ahora se me ocurre pensar que un desplegable de alguien así sólo podría colarse en el Código Penal. También ella era áspera y sentimental. Y con su herramienta quirúrgica lo mismo traía un crío al mundo que le cambiaba las dos ruedas a Federico Martín Bahamontes. En los ojos de tía Pepita retrasaba una belleza antigua y plural, una remanente y estupefacta belleza en'off'. ¡Qué bobada!, a veces se me mete en la cabeza que en su sorda virginidad, tía Pepita mascaba tabaco con la vagina. Y que de su útero arrancaba, como si tal cosa, el pescuezo de John Wayne. Pero tiene un sitio de honor en mis recuerdos. Y no olvido que aprendí a soñar en el estuario de su regazo. Alguna vez quise imitar su empaque, que era el empaque de mi padre. Que no lo consiguiese no fue culpa suya. Pero me habría gustado mantener hasta la muerte aquella áspera cordialidad de ujier. De haber sido así, ahora tendría esa desesperada elegancia que alcanza un mariposista en el lodo. Nada de aquello me fue transmitido genéticamente ni por la educación. De tía Pepita heredé el sentido retrospectivo del futuro. Y la certeza de que uno es lo que fue de niño. Y el recuerdo de los días azules en Cambados, cuando colgaba de las parras, como ganglios de codeína, el morse amarillo de las uvas, los días felices y lejanos, tiempos de entonces, muchacho, cuando por la letra de mi madre siempre se volvía a casa.
¡Áspero y sentimental!, eso es cuanto intenté ser en la vida. Lo aprendí de los míos, gente tranquila, un padre cuyas pisadas eran filatelia, y una madre por cuyos cabellos cansados aún ahora, ¡Dios Santo!, corre, deshuesado y fosco, el cachorro de la luz. En los momentos malos de ahora, a solas en las carreteras secundarias, aun siento que tutea mi rostro, como soda, la trigueña toga de su peinado. Y puedo jurarte, amigo mío, que recuerdo tan vivamente aquello, maldita sea, que incluso podría olvidarlo de memoria. Y seguramente rebasado por los días lejanos y por seis dedos de ginebra, hace cuatro noches le dije a mi amigo Suso Penoucos: "¿Recuerdas que éramos tan jóvenes, muchacho, que incluso nos parecía bueno olvidar los recuerdos?". Llovía a cántaros y el aire era una catedral de agua.

Relojes atrasados - José Luis Alvite

Relojes atrasados - José Luis Alvite

Cada vez que pienso en la irremediable caída del régimen castrista, supongo que supondrá también el desmoronamiento de esa vida provinciana y sencilla de los cubanos, el desperdicio de una manera lenta y placentera de existir en un mundo sin objetivos y sin prisas en el que importa poco lo que pueda tardar el progreso o los veinte minutos que cada cuarto de hora atrasen los relojes. No hay en el progreso material una sola conquista que no comporte el sacrificio de algo hermoso, como ocurrirá en Cuba cuando desaparezcan de sus calles esos viejos coches americanos reparados durante décadas gracias a la simple ferretería o con las herramientas del zapatero. Se malogrará también el regusto de hacer las cosas por el puro placer de hacerlas, sin que interfiera en ello el deber de conseguir que, además de hermosas, sean rentables. ¿Será tal vez que la libertad es tentadora hasta que deja de ser una esperanza para convertirse sin remedio en una horrible decepción? ¿Y si resulta que la libertad es como el matrimonio, una institución que con frecuencia sólo sirve para destruir la fe que tenían en él los contrayentes? Será que no padezco sus restricciones, pero a mí me gusta esa Cuba humilde y superviviente, ese orbe calmoso e instintivo poblado por hombres que de vez en cuando se esfuerzan para cambiar de postura y descansar de su pereza, y mujeres vestidas con el fresco descuido de esa ropa escasa y barata que deja traslucir una excitante y roma geometría de honradez, fertilidad y desidia. El de Cuba es un pueblo aplastado por una odiosa dictadura y resulta al mismo tiempo un punto sociológico de reencuentro emocional con un tiempo pasado en el que la pobreza era un ingrediente de la honestidad, un mundo que parece irrecuperable tan pronto nos damos cuenta de que la libertad sirve para que se nos multe por pretender imitar las cosas que hacen libremente nuestros perros.

Europa - José Luis Alvite

Europa - José Luis Alvite


Arrasa Europa una tenaz oleada de burocracia y de pereza, un denso plasma de entumecida indiferencia que lo cubre todo con una oleosa capa de resignada apatía, como una epidemia de mórbida vejez reglamentaria que se extiende por el continente con la lenta obstinación de una fiebre administrativa y financiera que se lleva por delante el recuerdo de la Europa exultante de antes, de cuando sobrevino la II Guerra Mundial y, desquiciado e insomne por el estruendo de la artillería, Dios corrió a refugiarse entre los soldados y las campesinas en aquellos pajares de Francia en los que sollozaban los soldados, jadeaban las viudas y relinchaban sin saliva las bocas vaginales y gomosas de las yeguas. Fue aquella una Europa insegura y asustada, también una encrucijada de sargentos y de dioses, de muchachos con la cabeza aturdida por el III Reich, aquella mezcla enfermiza de cerveza e ideología; un solar en el que los bombardeos borraban las pocas fronteras que no hubiese disipado la lluvia; una Europa histórica y sagrada, entusiasta y furiosa, en la que el miedo invidente les cambió su letra primeriza a los niños y en cuyo recogimiento no había una sola oración que no se pareciese a una blasfemia; un sitio sin paradero fijo en el que con algo de harina, sudor y una pizca de lodo, la gente era capaz de recordar una canción, borrar un remordimiento y amasar una hez talabarteada y marrón con la que hacer de madrugada el pan. Y ahora, ¡Dios Santo!, ahora arrasa Europa una casta de políticos pusilánimes, antibióticos y algo eunucos que hacen cuentas en Bruselas con sus profilácticas gafas de urólogo, vuelven luego a sus casitas con jardín en Baviera, en Ostende, en Turín, y prenden en la chimenea con leña baja en calorías una hoguera con las llamas de lana, mientras husmea sus pubis de jabón un perro con el instinto de hule, el aliento de penicilina y la lengua de cera.