lunes, 21 de marzo de 2016

Mujeres - José Luis Alvite

Mujeres - José Luis Alvite 

Una mujer deja de interesarte cuando te olvidas de intuir su desnudo y empiezas imaginar su autopsia. A menudo la belleza de una cita está en el viaje más que en la llegada. Nos fascina lo lejano, lo que parece innacesible.

La mujer más hermosa esla de la mesa de al lado. El amor fracasa con el conocimiento. Lo obvio interesa menos que lo enigmático. Más emocionante que ver una mujer bajo la luz es suponerla en mitad de un apagón. Lo fascinante de mis viajes es haber perdido el tren. Hay que ser sutil. Una mujer me dijo: «Cariño, no necesitarás pegarme un tiro; bastará con que me devuelvas el correo». Hace muchos años, Ernie zanjó una historia de amor porque le pareció que habían llegado a lo explícito. Ella se llamaba Brenda Lambert y tenía una sonrisa sin acertar, indolente, sin domicilio, una sonrisa ciega como una pisada. Cuando intimaron durante algunos meses Ernie le dijo: «Nena, hemos acabado. Llevo días pensando sobre lo nuestro. Sabía que algo se había enfriado entre tú y yo. No se trata de aburrimiento fisiológico. Lo que echo de menos en ti no es tu piel sino tu ropa». Días más tarde, el jefe me amplió detalles: «El amor necesita emociones, sexo, líquidos, eso que hace que el cuerpo funcione como el extintor de un cine. Todo eso es cierto. Pero el amor necesita también un par de botones. ¿Sabes por qué desistí con Brenda? Porque un día descubrí que lo que me fascinaba de su desnudez no era su cuerpo sino su biombo».

Sobre las equívocas apariencias del amor hablé muchas madrugadas en el Savoy con Ernie Loquasto. Dice el jefe que las mujeres son seres muy complejos, con un mundo afectivo muy extraño. También dice que a las mujeres les gustan los tipos sensibles y resueltos, la clase de hombre muchacho, capaz de dispararte con sus equívocas manos de pianista.

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