domingo, 18 de enero de 2015

Guiso de azafrán gris - José Luis Alvite

Guiso de azafrán gris - José Luis Alvite

Mi vida está plagada de hermosas ideas fallidas, de libidinosas vírgenes preñadas y de ambiciosos planes truncados. De la horrible sensación de haberme equivocado tanto, me redime en cierto modo la suerte de que nada me impide que también cometa interesantes errores al contarlo. ¿Será por eso que de los reproches que me hizo aquella mujer con la voz tan aguda recuerdo ahora que fueron solo agradables reflexiones hechas al amparo de la penumbra por alguien con la voz suave y permisiva de Gladys Knight? ¿Y si resulta que aquella fatídica noche de erotismo frustrado salió mal solo porque en mitad del sexo oral ella descubrió que lo suyo era ser vegetariana? Respecto de superar los traumas de tu vida, en realidad es cuestión de que si se resiste tu conciencia, se resienta al menos tu memoria. No hay una sola relación sentimental cuyos sinsabores no puedas superar si con el tiempo tus recuerdos olvidaron juntos los gritos, el mal aliento y los portazos. Tenía razón mi amiga D. cuando me dijo "dentro de algunos años las cosas no serán con en realidad nos ocurrieron, sino como hayamos decidido contarlas, así que por nuestro bien lo mejor será que de lo peor que haya ocurrido esta noche entre nosotros, mañana al despertar hayan pasado diez años".

En una ocasión creí enamorarme de una chica casada que vivía casi en un establo al que fui a hacer un reportaje en una serie sobre la marginación social y la miseria. Su marido era un tipo sórdido e indiferente que pasaba temporadas borracho y ausente entre las solapas de la mierda de la ciudad, y yo, después de publicar el reportaje, empecé a salir con ella mientras su hijo estaba en el colegio. Era invierno y a mi me parecía innecesario distinguir la dignidad en medio de aquel ambiente tan húmedo y entre las nubes tan bajas. ¡Cuantos meses dura octubre en la miseria! Me sentía moralmente a salvo con la idea de que la soledad junta los corazones del mismo modo que con el frío se reagrupa el ganado. Si sentíamos deseos, ¿para qué coño íbamos a necesitar tener también razones? Cuando aprietan juntos la soledad y el desarraigo; en el momento en el que el rostro de una mujer tiene las mismas dobleces que su cama aun deshecha; si presientes que con el almuerzo regurgita en tu boca la oleosa premonición de su pubis de acetona, entonces, amigo mío, entonces sabes que algo de agua al fuego y un poco de saliva a medias es suficiente para que el lirismo del sexo más crudo sea en última instancia un hogar.

Durante algunas semanas fuimos instintivos y voraces. Una tarde le ayudé en los preparativos de una cena modesta en la que apenas era sólido el vapor y nos dimos un revolcón mientras en el fuego de la cocina rumiaba, flácido y desdentado, un guiso de azafrán gris. Repuestos del sexo, con su marido en otra ciudad y el niño ya dormido en el caolín de su cama, en el momento de cenar a solas me avisó ella: "Algo me dice que será ésta la última vez que nos veamos. Mañana a ti te retendrá el trabajo y a mí me frenará la conciencia. Pero no importa. Hemos sido sinceros y eso es lo que cuenta. Me conociste porque tú querías saber y yo tenía cosas que contar. Cuando hayan pasado algunos años de lo nuestro, tú tendrás algo que escribir y yo al menos seré feliz conmemorando lo que tenga que callar". Y yo recuerdo ahora aquello con gratitud y con cariño porque lo mío con aquella chica pobre de solemnidad me sirve para justificar mi pasado y me confirma en la idea de que, si se sabe contar, el amor puede ser eterno aunque solo haya durado el tiempo que tarda en cocer un puñado de guisantes para dos en una cocina en la que arde apenas el esqueleto del fuego, mientras en la resina del último beso agoniza enamorada la onomatopeya del silencio.

jose.luis.alvite@hotmail.es

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